Contagio

En 1989 un desconocido Steven Soderbergh ganaba la Concha de Oro de Cannes con Sexo, mentiras y cintas de vídeo, una inteligente pero sobrevalorada película que le abría las puertas de una carrera tan prolífica como desigual, tan personal como cambiante. Más de veinte años después su cine sigue siendo sorprendente tanto en cuanto a temas, géneros o enfoques como en resonancia en taquilla: desde sagas tan rentables como la de Ocean’s Eleven a cintas minoritarias y experimentales, o frescos políticos y sociales como Che o Traffic.

Ahora Soderbergh nos trae Contagio, drama colectivo casi enmarcable en el subgénero de catástrofes que desde los años setenta aparece y desaparece en el cine comercial. Pero, para estar al tanto de la historia, la catástrofe ahora ya no se localiza en un avión, en un túnel o en un transatlántico, ahora es universal, total, global.

Narrada con una pericia indudable, la agilidad del relato y la hábil dosificación de escenarios y personajes suple la lógica falta de originalidad. Guionistas y director hacen hincapié en el miedo, el terror global de una sociedad que se ve inerme ante un virus, a pesar de toda su increíble tecnología y avances médicos.

Consciente de que la galería de personajes es amplia y variopinta, Soderbergh agudiza su ingenio y nos describe en pocas pero certeras pinceladas sus características, al tiempo que abarca en ellos desde la abnegación y la entrega, a la mentira, el oportunismo o la codicia.

Un ejemplar plantel de actores termina de pulir un producto brillante, que no marca ningún hito en la carrera del realizador, aunque confirma su cualidad de todo terreno para sacar adelante un cine comercial y asequible a todo tipo de públicos, pero con un nivel que ojalá estuviese presente en muchas más ocasiones.