El cine vinculado al fenómeno de la droga daría como para estar programando películas sin interrupción durante un año entero. Así las cosas, hacer algo nuevo en este terreno resulta difícil, pero Traffic sale airosamente del empeño. A ello contribuye poderosamente un guión bien construido, con varias líneas argumentales que se cruzan en ocasiones y en otras corren paralelas, presentando diversos matices del problema: desde el todopoderoso juez con mandato presidencial al que el refrán "en casa del herrero, cuchara de palo" no le es ajeno, hasta la indolente mujer de un capomafia que perderá sus escrúpulos burgueses cuando sienta peligrar su vida de lujo y opulencia, pasando por los polis mexicanos entre la permanente tentación de la corrupción o hacer algo positivo por su gente.
Pero este buen guión no lo sería todo sin una dirección vigorosa; Steven Soderbergh vuelve a sus mejores momentos, los de Sexo, mentiras y cintas de vídeo, para imprimir estilo y fuerza a este drama entreverado de thriller y denuncia social, un aldabonazo sobre las conciencias del Primer Mundo, una declaración de guerra que todos sabemos quién va a ganar (y no será el estado, ningún estado...). Soderbergh utiliza recursos ya ensayados anteriormente por él mismo, desde el virado de color para reflejar los paisajes ardientes y turbios del México fronterizo, hasta el montaje sincopado, sin olvidar la cámara al hombro.
El resultado es una película madura, ambiciosa, con personalidad, en la que apenas chirrían algunos momentos del guión no suficientemente explicados y una especie de final feliz en su carácter idílico, que no se corresponde con la anterior y desalentada manifestación de impotencia de la sociedad civilizada ante un fenómeno, el del narcotráfico, que la supera y abruma.
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