CINE EN SALAS
El cine carcelario sobre la redención, sobre la regeneración de las personas recluidas en centros penitenciarios, tiene algunos títulos de interés, como las norteamericanas El hombre de Alcatraz (1962), de John Frankenheimer, Cadena perpetua (1994), de Frank Darabont, o ya en Europa, la italiana César debe morir (2012), de Paolo y Vittorio Taviani, siendo ésta quizá la más próxima a Las vidas de Sing Sing, por cuanto la historia que nos contaban los afamados hermanos itálicos trataba precisamente de la puesta en escena de una obra de teatro en una prisión, como ocurre en este voluntarista, irregular pero a todas luces interesante film.
La historia se ambienta en un tiempo indeterminado (quizá diez o quince años atrás del momento en el que escribimos estas líneas), en la prisión de máxima seguridad de Sing Sing, que ha aparecido en tantas películas y series norteamericanas. Ahí conocemos a Divine G, un recluso plenamente inmerso en el llamado “RTA” (Rehabilitation Through The Arts, “Rehabilitación a través de las Artes”), un programa estatal que busca, como dice su denominación, la regeneración de los presidiarios a través de actividades relacionadas con las artes, como el teatro, que es concretamente en la que está imbuido este recluso, Divine G, actividad en la que ha conseguido posicionarse como uno de los mejores, si no el mejor de los que componen este pequeño grupo teatral de presos. Los adiestra en sus composiciones escénicas un director teatral, Brent Buell, que viene ejerciendo como tal desde años atrás, consiguiendo buenos resultados con los reclusos. Divine G, en busca de nuevos elementos que incorporar al grupo, se decide por el llamado Divine Eye (literalmente, “ojo divino”...), un tipo brusco y hosco en el que, sin embargo, intuye posibilidades de sacar de él insospechados matices dramáticos. Aunque Divine Eye, en principio, no parece confirmar esa intuición, pronto veremos que solo lo parecía...
Greg Kwedar, el director (también productor y guionista), hace con este su segundo largometraje, tras varios cortos en los que se fogueó. A Kwedar, cuya formación estuvo en las antípodas del mundo del cine (estudio Contabilidad...), y ha vivido en sitios muy diversos (Australia, la frontera con México...), le gusta el cine que podríamos llamar “humanista”, un cine sobre seres humanos, con frecuencia seres humanos desvalidos, vulnerables, aunque en otro tiempo pudieran haber sido verdaderos marrajos, como es el caso en este apreciable Las vidas de Sing Sing.
Su película podría considerarse también como una carretera de dos direcciones, en la que los dos protagonistas, los dos Divine (G, el actor ya consolidado dentro del grupo, y Eye, el recién llegado con problemas relacionales con los demás –no sabes si va a decir su parlamento o te va a partir la cara, lo primero que se le ocurra...-), llevarán caminos distintos y encontrados: G, el hombre cabal, esperanzado y regenerador de sus compañeros a través del grupo de teatro del que es el más activo miembro, verá quebrarse su fe en el sistema, aún más, en el ser humano, cuando precisamente la actividad teatral, de la que tan orgulloso –y con razón...- está, se convierta en el hándicap que le impedirá volver a ser un hombre libre, salir de aquellas cuatro paredes que le atormentan; Eye, por su lado, sentirá que la propia naturaleza de la obra de teatro en la que interviene (y de su personaje, nada menos que Hamlet), le descubrirá la dosis de humanidad, de generosidad, de capacidad de darse a los demás, que desconocía poseer. Ambos estarán llamados a, en ese cruce de caminos, auxiliarse uno al otro, cada uno en su momento.
Es cierto que, sobre todo en las primeras secuencias, cuando vamos conociendo a los personajes, hay cierto tono un tanto apagado que no ayuda demasiado a mantener la atención, porque los diálogos en esos primeros minutos tampoco son especialmente buenos, quizá porque Kwedar dio libertad para improvisar sus parlamentos a los actores. Pero cuando comienzan los ensayos de la nueva obra que van a montar, una comedia, casi un “collage” teatral, con viajes en el tiempo para justificar su variopinta historia (con paradas, entre otros tiempos, reales o ficticios, en el Egipto de los Faraones o en el mundo del Peter Pan de J.M. Barrie), la película alza el vuelo, ayudada por algunos potentes textos dramáticos, como el famoso parlamento del “ser o no ser” de Hamlet, que en boca de Divine Eye pasa sucesivamente de ser en primera instancia poco más que la amuermada lectura de un prospecto de medicamento a una maravilla de fuerza y elegancia, en la escena en la que Kwedar nos da ese mismo recitado girando en panorámica circular mientras sigue con la cámara al actor que, ahora sí, poderosamente lo declama.
La película está basada en hechos reales, porque efectivamente ocurrieron (aquí lógicamente con cierto grado de ficcionalización, para propiciar el interés del espectador) tiempo atrás en la cárcel de Sing Sing, aunque para la ocasión se haya rodado en otro centro penitenciario, el Downstate, en el estado de Nueva York, y las escenas teatrales en una escuela de secundaria del mismo estado. Además, casi todos los actores que intervienen encarnan sus propios papeles, salvo Divine G (interpretado por el astro afroamericano Colman Domingo) y su colega Mike Mike (fallecido por un aneurisma cuando se desarrollaban los hechos originales que aquí se narran, por lo que lo interpreta el actor hispano Sean San José). Ello, por supuesto, le confiere una inusitada sensación de verismo, cuando sabes que todos estos presos actores realmente lo fueron (ambas cosas, presos y actores...), y ahora han vuelto a estar en un recinto penitenciario para recrear aquel tiempo aciago de sus vidas.
Buen trabajo en la puesta en escena de Greg Kwedar, sin florituras, funcional, como pedía el tema, permitiéndose solo algunos subrayados, bastante sutiles y adecuados, en los ensayos de estos actores aficionados que, como dice uno de ellos cuando habla de por qué está en el grupo de teatro, lo hace para volver a ser humano.
Colman Domingo, la estrella del film (lo hemos visto en películas como El nacimiento de una nación –versión de 2016, claro, no la de principios del siglo XX...-, Lincoln, Selma, la versión musical de El color púrpura...), está soberbio, como imaginábamos, porque su papel es un auténtico bombón y él es intérprete de muchos y variados registros. Clarence Maclin, el verdadero Divine Eye, resulta adecuadamente amenazador y vulnerable a la vez, una mezcla ciertamente como de oxímoron, pero real. El resto bien, muy entregados a sus papeles en la ficción, que en otro tiempo lo fueron en la realidad.
(14-01-2025)
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