CINE EN SALAS
Steven Spielberg, a mediados de los años ochenta, era ya considerado el Rey Midas del cine moderno: se había hecho un nombre con films de catástrofes (Tiburón), ciencia ficción (Encuentros en la tercera fase, E.T., el extraterrestre), aventuras (En busca del arca perdida, Indiana Jones y el templo maldito), todos ellos grandes éxitos comerciales. Pero Spielberg quería dar el salto al cine “serio” (lo que quiera que sea eso), y en 1985 adaptó al cine la exitosa novela de la escritora negra Alice Walker El color púrpura, editada en 1982 por Harcourt Brace Jovanovich, libro que consiguió el Premio Pulitzer de Ficción (primer Pulitzer ganado por una escritora negra tras 78 años: ya les vale...) y el Premio Nacional del Libro de Ficción. La adaptación de Spielberg, con el mismo título, El color púrpura, fue un éxito de público (su recaudación mundial multiplicó por 15 su presupuesto) y, en general, obtuvo una buena acogida también por parte de la crítica. Sin embargo, lo que más ansiaba Spielberg, el reconocimiento de la Academia de Hollywood, se saldó con una buena noticia y una mala noticia: la buena, que fue nominado a 11 Oscars; la mala, que no se llevó ninguno, en lo que fue una de las más sonoras bofetadas que la industria del cine norteamericana asestó a uno de sus prohombres más influyentes. Años más tarde Spielberg se resarció largamente con otras películas dirigidas y producidas por él que sí fueron repetidamente oscarizadas, como La lista de Schindler y Salvar al soldado Ryan.
En 2005 la entonces ya muy poderosa comunicadora Oprah Winfrey, que estuvo en el reparto original de El color púrpura, junto con otros productores, lleva la novela a los escenarios de Broadway en una versión musical de igual título, que tendría varias reediciones también durante los años diez de este siglo XXI. A partir de ese musical se ha llevado ahora a la pantalla esta adaptación cinematográfica, con producción de Winfrey y Spìelberg, uniendo así los dos antecedentes, el drama spielbergiano de 1985 y el musical inicialmente representado en 2005.
La película sigue con bastante cercanía la trama de la novela de Walker, aunque aligerando considerablemente la relación lésbica entre Celie y Shug Avery (como ya hizo Spielberg, por otra parte, en su versión dramática). Se nos cuenta la historia de la adolescente negra Celie, a principios del siglo XX, a la que su padre maltrata y viola, consecuencia de lo cual ha tenido dos niños, Olivia y Adam, que el padre le arrebata para “entregárselos a Dios”. Celie tiene una hermana, Nettie, muy bonita, mientras que ella es más bien poco agraciada. Un hombre de la población, al que llaman Señor, le pide la mano de Nettie a su padre, pero este le da la de Celie. A partir de ahí, la joven cambia al maltratador del padre por el maltratador del marido, además con varios hijos de este a los que ella tiene que arreglar y cuidar. Cuando Nettie se presenta en la casa de Señor pidiendo cobijo porque su padre la quiere violar, Celie la acoge, pero Señor la expulsa cuando la chica rechaza sus proposiciones sexuales... Nettie le promete a Celie que le escribirá todas las semanas, pero esas cartas, aparentemente, nunca llegaron...
De la adaptación al cine del musical se ha encargado el joven director ghanés (Accra, 1992), afincado en Estados Unidos, Blitz Bazawule, en el que es su segundo largometraje comercial en solitario. Lo cierto es que se puede decir que esta versión musical suaviza algunas de las aristas más brutales de la primera versión cinematográfica de Spielberg, y no digamos de la novela de Walker. Y es que, como bien dice el refrán español, “quien canta, sus males espanta”, y ya el mero hecho de presentar la historia en clave musical endulza la tremenda historia de esta Celie que, como dicen en esta adaptación musical (también en la original de Spielberg), es pobre, fea, negra y mujer: no había más motivos para ser una paria, para ser una desgraciada, en la primera mitad del siglo XX, cuando todas esas circunstancias personales abocaban a quien las poseyera a una vida horrible. Así, Celie será maltratada por los dos hombres de su vida, padre y esposo, condenada a una vida sin vivir, a la par que contemplamos como otras mujeres como ella, como Sofia, su nuerastra (vaya, la mujer del hijastro...), pagan un precio insoportable, en dolor, humillación y reclusión cuando se atreven a ser mujeres libres, a no agachar la cerviz ante el hombre dominante, ante la blanca avasalladora, ante el sistema policial y judicial abyecto que usa distinta vara de medir según el color de la piel.
Versión un tanto suavizada, entonces, colorista a pesar de la historia, se puede decir sin faltar a (nuestra) verdad que esta El color púrpura, aunque evidentemente es inferior a la muy notable versión spielbergiana de 1985, un crudelísimo melodrama en clave antirracista que entroncaría con las grandes tragedias griegas de hace dos milenios y medio, es una buena adaptación de una historia que no por ficticia deja de ser real: ese primer medio siglo XX (y no digamos varias décadas posteriores más, sobre todo en el irredento Sur USA) hubo muchas Celies maltratadas física, psicológica y sexualmente, muchas Celies que no pudieron expresar su sexualidad no normativa libremente, muchas Sofias cuya ansia de libertad, cuya determinación de ser ellas mismas, fue castigada con una brutalidad sin límites, muchas Netties que tuvieron que huir del acoso sexual.
Lo mejor del film, ya que conocíamos la historia y no hay mucho lugar para el suspense, son sin duda sus números musicales, filmados con fuerza y convicción, con unos números coreográficos ideados por Fatima Robinson muy bien logrados, con ritmos negros como el blues o el jazz, que suenan estupendamente e impelen inevitablemente al espectador a seguir la música con los pies. Blitz Bazawule, como director, no llega a la altura de ese gran mago del cine que es Spielberg, pero hace un trabajo aseado y correcto. En la interpretación nos gusta mucho Fantasia Barrino, la Celie adulta, que consigue insuflar a su papel la dosis adecuada de desvalimiento y, finalmente, determinación, cuando consiga desembarazarse del marido tóxico y empiece a vivir la vida libremente. El resto del elenco también muy bien, con una Taraji P. Henson que clava su personaje de Shug Avery, una mujer negra y libre gracias a su carácter, sus buenas relaciones y su prodigiosa garganta canora. Los hombres están (como procedía por la historia) casi todos adecuadamente odiosos, en especial ese Colman Domingo, como Señor, al que entran ganas de estrangular (esa es la sensación que quería transmitir, por supuesto). Quizá como un guiño al tiempo en el que la negritud USA era de segunda clase en su propio país, aparece un anciano Louis Gosset Jr., ganador de uno de los primeros Oscars que se concedieron a un actor afroamericano, por Oficial y caballero.
(17-02-2024)
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