CINE EN SALAS
Nos da la impresión de que esta película no deja de ser sino la confluencia de dos búsquedas, de dos intenciones, de dos intereses: por un lado, el de Daniel Craig, que acababa de dejar la franquicia del agente 007, que le había acaparado durante los últimos 16 años, con un total de 5 títulos en los que encarnó a James Bond. Es cierto que en esos 16 años Craig, con buen criterio, hizo otras cosas con las que intentaba alejarse de ese arquetipo del cine popular, como La suerte de los Logan, Kings o Puñales por la espalda, en las que buscó personajes heterogéneos; pero era evidente que su rostro estaba indeleblemente unido al de James Bond, y Daniel debía hacer algo radicalmente distinto para diferenciarse pronto y evitar el encasillamiento.
Por otra parte, el director Luca Guadagnino (Palermo, Sicilia, 1971), con una ya larga trayectoria en el audiovisual (empezó a hacer cortos y videoclips a finales del siglo pasado), solo había alcanzado la notoriedad con la lánguida dramedia romántica y en peculiar clave “coming age” (peculiar porque recorría la senda homoerótica, lo que no es muy habitual) Call me by your name (2017), sobre el texto homónimo de André Aciman. A partir de ahí, y con la excepción del “remake” del clásico de terror Suspiria, el audiovisual realizado por Guadagnino presenta ya temáticas de inequívoco corte gay o bisexual, como ocurría en Rivales (2022), que presentaba un curioso triángulo romántico, dos chicos y una chica, en un ambiente poco frecuentado por el cine, el tenis de alta competición, en un film que remotamente podría evocar la espléndida Jules et Jim, de Truffaut, aunque evidentemente estaba a años luz. Esa misma temática filogay estará en su serie We are who we are (2022), así que era seguramente inevitable que su siguiente empeño cinematográfico fuera también en esa misma línea, que es ya casi su marca de fábrica.
Y así es, porque Queer es, ciertamente, militantemente gay, tratándose de la adaptación de la novela corta homónima, original de William S. Burroughs, el famoso escritor generalmente adscrito a la llamada “generación beat” (Kerouac, Ginsberg), aunque él abjurara de tal cosa. Es una novela corta escrita en los años cincuenta, obviamente no publicada por su contenido de alto voltaje homoerótico, y editada finalmente en los años ochenta, cuando la tolerancia hacia esas temáticas ya lo permitía. La historia nos presenta, en esos años cincuenta, en México, a un expatriado norteamericano, al parecer rentista de profesión (así lo dice en un momento dado), llamado William Lee, con una edad en torno a la cincuentena. Abiertamente gay, pasa los días de flor en flor, hasta que un día conoce a un joven recién llegado de los USA, Eugene Allerton, por el que siente crecer una pasión desaforada. Tras varios intentos, consigue intimar con Gene, pero este mantiene una extraña relación con él, a veces amable, otras renuente. Decidido a todo trance a retener consigo al amado, Lee proyecta un viaje a la selva amazónica para hacerse con el yagé, una mítica planta india (conocida también como ayahuasca) que supuestamente le permitiría ejercer un control telepático sobre Gene, con el que viaja hasta América del Sur...
Estamos entonces, como decimos, en lo que se podría considerar una confluencia de intereses: Craig, dando un golpe de timón de 180 grados y cambiando al muy macho y mujeriego James Bond por este William Lee que, ciertamente, ni es macho ni mujeriego, un hombre enredado en una devastadora espiral de destrucción, a base de promiscuo sexo (homo, en este caso), alcohol sin tasa y drogas las que se tercien, y que encuentra en el efébico Gene ese oscuro objeto del deseo (gracias, Buñuel) que terminará convirtiéndose en una obsesión y, seguramente, en lo más parecido a un enamoramiento atroz. Guadagnino, por su parte, continúa con este título el cine filogay intelectualizado que viene cultivando casi sin interrupción desde Call me by your name.
Pero, como todo en esta vida, hay una medida para cualquier obra que, en este caso, nos parece que se ha excedido absolutamente: el film, dividido en tres capítulos y un epílogo, se alarga indeciblemente en los dos primeros, especialmente el capítulo uno, en el que vemos a Lee mariposeando en torno a Gene, que le da pares y nones, una veces sí, otras no, y todo eso a lo largo de 70 minutos, casi la duración de una película (de las de antes...), en la que todo se va en los intentos de Lee por meterse en la cama con Gene, que si sí, que si no... Pero es que en el segundo capítulo, cuando viajan a Suramérica (con la secreta intención de Lee de controlar a Gene con la ayahuasca), seguimos en las mismas, con lo que al final el cortejo del jovencito por el cincuentón se prolonga durante cien minutos, que se alargan extenuantemente cuando prácticamente no pasa nada entre polvo y polvo, eso sí, hechos con mucha explicitud, lo que sin duda ayudará de forma importante a que Craig se quite de encima el estereotipo Bond...
La nueva película de Guadagnino sería también algo así como el envés de Call me by your name: si en aquella se trataba de jugar con la fascinación de un casi adolescente por la plenitud física, pero también mental, del hombre adulto, aquí estaríamos justamente ante lo contrario, la obsesión del hombre adulto, ya en el declive de su vida, por la perfección del cuerpo joven.
Pero hay una medida para todo, como decimos, y, de la novela corta Queer, Guadagnino ha perpetrado dos horas y cuarto de idas y venidas, de dimes y diretes, de a ver cómo te pillo para que me dejes meterte mano... Que sí, que ya sabemos que, en el fondo, la pasión de Lee por Gene es amor, genuino amor, un amor torrencial, sin esperanza ni remisión, sin el que el cincuentón se encuentra perdido... pero, miarma, Luca, eso mismo se puede contar en la mitad de tiempo, y todos saldríamos ganando...
Es verdad que en el tercer capítulo, en el que vemos ya a Lee y a Gene en la selva amazónica y topan con una doctora de –literalmente...- armas tomar, la cosa mejora y ese ya escaso segmento, y el epílogo, también cortito, presentarán un final de la historia en la que los hechos se vuelven deliberadamente muy abstractos, evidentemente por la influencia de la droga india, la yagé o ayahuasca, de devastadores efectos en las mentes de los ufanos yanquis que tan alegremente la tomaron. Así, este último tramo será, literalmente, alucinógeno, y como le había advertido previamente un experto en botánica hispano, es como mirarse en un espejo, y quizá lo que veamos no nos guste... Espejo del que, por cierto, el siempre erudito Guadagnino se encargará de mostrarnos un presagio de corte eminentemente cultista, en la escena de la película que ven en televisión los personajes del film, en la que Jean Marais atraviesa prodigiosamente una superficie especular en el Orfeo de Cocteau, en un, por supuesto, elaborado, muy sofisticado homenaje en clave adulta a la Alicia de Lewis Carroll.
Todo ello en un México idealizado, que Guadagnino ha representado no solo con decorados (construidos en los estudios Cinecittà, en Roma) que nos parece evocan a un Hopper que hipotéticamente hubiera pintado sus cuadros en el país de Pancho Villa, sino también con curiosas miniaturas y efectos especiales puramente analógicos, buscando conferir al film un tono “vintage”, lo que, ciertamente, consigue.
Con inclusión en la banda sonora (original de Trent Reznor y Atticus Ross) de algunos temas de música de Nirvana (anacronismo que, por supuesto, a estas alturas no chirría en absoluto), la nueva película de Guadagnino, a nuestro parecer, adolece de un metraje excesivo y, sobre todo, de una reiteración temática en toda la primera parte que aburre a las ovejas. El interesante cineasta itálico debería recordar que el minimalismo siempre gana a la desmesura, y aquí, la verdad, se ha pasado tres pueblos...
Daniel Craig aparece totalmente entregado a su papel, con la evidente intención de, como hemos comentado, diferenciarse absolutamente de 007. Su personaje resulta en buena medida digno de compasión, el hombre enamorado hasta la ofuscación que llega al abismo de las drogas amerindias con tal de conseguir los favores de su objeto amoroso. Le sigue bien el joven Drew Starkey, aunque su papel es más el de ninfa de género masculino, el de efebo que (literalmente) se deja querer. Entre el resto sobresale, como cabía esperar, la gran Lesley Manville, que está inmensa como la doctora asentada en la selva amazónica, entre la lucidez y la locura, con una peculiarísima caracterización en la que es difícil reconocer a la actriz de El hilo invisible o El viaje a París de la señora Harris.
(09-01-2025)
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