Rodrigo Cortés se hizo un nombre, tras un puñado de exitosos cortos, con su primer largometraje, Concursante, que llamó la atención por su poderoso estilo y su rebeldía iconoclasta contra el sistema. En este su segundo largo, Cortés da otra vuelta de tuerca y realiza un ejercicio de estilo que entra de lleno en lo que se suele denominar un “tour de force”, una demostración de especial habilidad en condiciones sumamente difíciles. Son legendarios algunos “tour de force” cinematográficos, como el que llevara a cabo el gran Hitchcock en La soga, rodando el filme en un único plano (aunque había trampa, por motivos técnicos de la época…) o el de Robert Montgomery, en su faceta de director, que rodó La dama del lago con la técnica de la cámara subjetiva, mostrando en todo momento lo que su protagonista, el detective Marlowe, veía.
Cortés presenta otro tipo de reto: se trata de rodar un largometraje completo en los angostos límites de un ataúd, donde ha ido a parar un conductor de camión yanqui, que lleva varios meses en el Irak de 2006 suministrando materiales civiles a sus paisanos destacados en el país del Tigris y el Eúfrates. Tras un ataque de insurgentes, el infeliz cae inconsciente y cuando despierta se encuentra en un espacio cerrado y oscuro; poco después se da cuenta de que es un sarcófago enterrado bajo tierra; mediante un móvil que le han dejado sus secuestradores podrá comunicarse con estos y con otras personas que puedan ayudarle a salir de tan duro trance.
Estamos entonces ante un ejercicio de estilo: cómo filmar noventa minutos sin que el espectador dé muestras de fatiga ante un escenario y una anécdota que pudiera parecer más apropiado para un cortometraje (en lo que es perito el director, por cierto). La verdad es que, aunque a veces hay algunas lagunas de ritmo, en general el interés se mantiene, sobre todo por la habilidad de Cortés para que los planos no resulten reiterativos, jugando con distintas luces (todas ellas objetivas: un mechero, la espectral pantalla del móvil, una linterna, un tubo fosforescente) y con distintos encuadres. El reto, entonces, queda ampliamente superado y se confirma que es posible contar una historia en un marco (nunca mejor dicho…) de apenas dos metros de largo por menos de uno de ancho y poco más de medio de alto.
Cortés, que ya en Concursante había manifestado sus abiertas intenciones anti-sistema, aquí no las deja atrás; en general el tono del filme confirma su reluctancia hacia el capitalismo salvaje (y hasta el domesticado, de rostro seráfico pero entrañas tirando a negras) y sus prioridades, que nunca pasan por apoyar a sus lacayos, digo empleados. La escena en la que el protagonista habla con el director de personal de su empresa es modélica en este sentido: la sociedad anónima habla, lo hace por la boca de una persona (aunque para la ocasión podría ser una de esas máquinas que nos atienden –por decir algo—en los impersonales, infernales “call centers”) que desarrolla un interrogatorio cuasi policial, grabadora en mano, para poderse lavar las manos cual Pilatos del siglo XXI.
Buried. Enterrado es un filme que cae irremediablemente simpático. No sólo por su arriesgada apuesta estilística, sino también por su decidido apoyo al débil, ese que siempre, en cualquier lugar y momento, termina pagando el pato de los delincuentes de cuello duro, esos que gozan de predicamento y prestigio, cuyos nombres son citados con arrobo, cuyas trayectorias mueven a la envidia, pero cuyas almas, si es que las tienen, no presentan mejor color que las de Fausto o Dorian Gray.
Un último apunte, este en clave de industria: parece bueno el camino que abre Buried. Enterrado para el cine hispánico, con una historia internacional, ambientada en el Irak de la guerra (aunque realmente localizada en la españolísima Barcelona y con un equipo técnico mayoritariamente celtibérico), con un protagonista y secundarios norteamericanos, hablada por supuesto en inglés, con la nada secreta esperanza de venderse en el mercado por excelencia, el americano-canadiense. Además, el coste presupuestario ha sido relativamente moderado, en torno a tres millones de euros, así que, a poco que la cosa vaya bien, puede ser un éxito en taquilla, del que tan falto está el cine español.
95'