CINE EN SALAS
En los años veinte y treinta del siglo XX, los “ismos” vanguardistas franceses (surrealismo, fauvismo, dadaísmo…) subvirtieron los valores consolidados de la época mediante su constante transgresión, buscando escandalizar a la burguesía (el famoso “épateur le bourgeois”). Pues como todo es pendular, nos da la impresión de que Alauda Ruiz de Azúa (Baracaldo, 1978), la talentosa cineasta vasca, ha pretendido con esta singular Los domingos, nada menos que “escandalizar a la progresía”, como intentaremos demostrar…
La acción se desarrolla en nuestro tiempo, en alguna población del País Vasco que en ningún momento se concreta. Conocemos a Ainara, una adolescente de 17 años que está terminando el bachiller y, en teoría, se prepara para iniciar una carrera universitaria. Vive con su padre, Mikel, y sus dos hermanas, ambas niñas aún; la madre falleció cuando Ainara era una cría. Su núcleo familiar está muy unido con su tía (hermana de Mikel), Maite, casada con un argentino, Pablo, ambos padres de un niño pequeño, Eneko. Ainara sorprende a todos cuando les dice que está en un proceso de “discernimiento vocacional”, porque cree que ha sido llamada por la religión para tomar los hábitos en un convento en el que conoce a la madre priora y las monjas, con las que ha estado en varias ocasiones haciendo ejercicios espirituales. Entonces, la familia entra en “shock”, en especial Maite, que no es creyente y quiere que, antes de decidirse por esa vía, conozca la vida, viaje, se relacione, con la secreta esperanza de que, así, finalmente desista de esa decisión…
Decíamos que nos parece que Ruiz de Azúa juega aquí a “escandalizar a la progresía”, porque su película, que evidentemente va de la licitud, o no, de que una chica tan joven, sin experiencia vital digna de tal nombre, pueda profesar una vocación religiosa y apartarse del mundo de por vida (porque hablamos de una orden de clausura...). Porque, además, aunque en las declaraciones de Azúa ésta parece querer postularse en una posición de equidistancia, como de “expongo las razones de todos y que el público decida”, lo cierto es que eso no es así, o al menos no nos lo parece. Porque las posturas de la futura novicia y de las monjas están presentadas siempre con una seguridad, con una credibilidad, con una certeza, de la que carece la postura contraria (esencialmente la de la tía Maite), incluso con escenas como aquella en la que la priora le pregunta a la tía si es creyente, ésta le dice que no, pero que siente respeto por las personas que sí tienen fe, momento en el que la priora, con cierto retintín, como de menosprecio, repite “respeto”; o cuando la monja más mayor, en esa misma escena, habla de que “espiritualidades hay muchas, pero Dios solo uno, y es el verdadero”, con una convicción y una firmeza que contrasta, por ejemplo, con la desabrida salida de tono de Maite en una de las escenas finales, siendo ya la marcha de Ainara al convento irreversible, cuando estalla airadamente contra el catolicismo, a lo que la adolescente, con su mejor cara de póker, le contesta, sin mover un músculo, un desarmante “rezaré por ti”, haciendo después mutis por el foro, evidentemente triunfante: ya sabemos el éxito del que tiene la última palabra, sobre todo si deja al otro a la altura del betún…
Y es curioso, porque Alauda, como en general la cinematografía española, en sus obras anteriores no pareció tener ningún tipo de ramalazo religioso, ni en Cinco lobitos, sobre los prosaicos problemas inherentes a la maternidad, en clave absolutamente realista, casi costumbrista, y no digamos en la lacerante serie Querer, en la que dio todo un recital sobre una de las lacras de la sociedad moderna, la violación dentro del matrimonio, que aún hoy, con lo que hemos avanzado en igualdad y respeto entre los sexos, se sigue dando.
Y ahora nos llega con esta provocativa Los domingos (por cierto, ¿a qué se refiere el título? Vista la película, nos hemos quedado con las ganas de saberlo…), en la que las posturas anticlericales quedan claramente por debajo de las que apuestan porque la niña profese y se encierre de por vida entre cuatro paredes.
Eso sí, Alauda, que es una cineasta muy personal, nos da esta historia filmada de forma irreprochable, jugando además a fondo la baza de los duros enfrentamientos verbales que habrá en la peli (una de sus marcas de fábrica, tanto en Cinco lobitos como en Querer), esencialmente entre Maite y su hermano Mikel (que además terminará enseñando la patita del tipo indeseable que, en el fondo, es), pero también de Maite con su (todavía) marido argentino, o de Maite con su sobrina Ainara, aunque con ésta casi hasta el final (en la escena que ya hemos comentado) intente utilizar con ella la carta de la comprensión, de la persuasión. Esos enfrentamientos buscan (y lo encuentran) el tono de cotidianidad adecuado, los diálogos creíbles, veraces, que te los crees porque así es como habla(ría) la gente de su estatus, una típica familia vasca democristiana, de las que vota al PNV pero que se horroriza cuando una de las suyas decide meterse a monja.
Por el contrario, a Alauda, que en Querer sobre todo midió muy bien los tiempos, aquí le ha salido una peli demasiado larga, con escenas en el convento que no parecen acabar nunca, en el refectorio, en la capilla, etcétera, que no aportan nada a la peli si no es que el espectador tome conciencia de lo que le espera a la novicia, voluntariamente, en el convento.
Muy buen trabajo actoral: Ruiz de Azúa es una excelente directora de actores y actrices, y aquí saca petróleo de la joven Blanca Soroa, en su primera aparición delante de una cámara, consiguiendo el tono de callada introspección que se le supone a una chica con una vocación como la suya; por supuesto, Patricia López Arnaiz, la mejor de las de su generación, nos vuelve a regalar un papel memorable, aunque aquí lleve las de perder en su causa. Miguel Garcés, el padre de la novicia, resulta también convincente en su personaje, un hombre contradictorio y de alguna forma perdido, personal, familiar, profesionalmente. Y Juan Minujín, el actor argentino que hace de marido (obviamente argentino…) de Maite, presenta la curiosidad de que es el único personaje que se marca varias frases en euskera, en una familia que supuestamente lo maneja (pero ya será menos…), en una irónica escena que no sé si habrá sentado demasiado bien en las muy euskaldunas autoridades del Eusko Jaurlaritza, el gobierno vasco del lehendakari Pradales, coproductor del film...
(29/10/2025)
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