Cantinflas

Hay un problema grave a la hora de abordar el biopic de un personaje cuyo recuerdo está muy vivo entre sus conciudadanos. Mario Moreno, conocido en el siglo como Cantinflas, fue un cómico de extraordinaria popularidad no sólo en su país, México, sino en todo el orbe. Murió en 1992, y en su tierra hoy por hoy se le idolatra de forma absoluta. Con esa rémora es difícil hacer cine de forma libre sobre su vida. Es lo que le ha pasado, en resumidas cuentas, a Sebastián del Amo, el encargado de poner en imágenes parte de la existencia de Moreno; además, Del Amo procede del campo de la dirección de fotografía, y entonces era casi inevitable una visión estetizante del mito, aunque es cierto que hay otros muchos camarógrafos que al saltar a la dirección no han caído en el esteticismo vacío.

Mediados de los años cincuenta, en Hollywood. El productor de Broadway Michael Todd estaba empeñado en llevar al cine, en una superproducción, la novela de Jules Verne La vuelta al mundo en ochenta días; para ello pretende convencer a una serie de estrellas de Hollywood, como Liz Taylor o Sinatra, para que intervengan gratis en el filme; ante las dificultades de llevar el proyecto adelante, recurre a un cómico mexicano, Mario Moreno, que ya en esa época era todo un mito en su tierra. Conoceremos en flashback la vida y milagros del peladito, desde que era un don Nadie hasta que consigue meter cabeza en el mundo de la farándula, labrándose una fama que no le abandonará ya hasta su muerte.

Cantinflas es, entonces, un filme biográfico, aunque no nos cuenta toda la vida de Mario Moreno, sino sólo sus comienzos y su apogeo durante los años cuarenta y cincuenta, centrándose más en esta última década, en la que tendrá lugar también su aparición en el filme producido por Todd (y dirigido por Michael Anderson) en el personaje de Passepartout, o Picaporte en la versión en español.

Pero la historia está contada como con desgana, resulta plana, chata, y en ningún momento tenemos la impresión de estar viendo la vida y milagros de uno de los cómicos más influyentes del universo hispanohablante del siglo XX, con millones de seguidores allende y aquende el océano. Además, la puesta en escena recuerda demasiado a un cierto tipo de cine de diseño, donde todo es perfecto, donde los trajes se ven que están recién cortados, e incluso la mugre es “de luxe”. Hay una sensación de afectación, de falseamiento, no vemos la vida de Mario Moreno sino la representación (más bien amorfa) de la vida de Mario Moreno. Y es que, como decía Cantinflas en algunos de sus filmes, ¡ahí está el detalle!, y éste debería haber sido un filme más “sucio”, más ajustado a lo que fueron los primeros años de Cantinflas, un auténtico peladito que hizo después de aquel paupérrimo muerto de hambre el personaje por el que ha pasado a la Historia.

Tampoco ayuda que las diversas vicisitudes que marcaron su vida estén contadas con una impersonalidad como de telefilme de sobremesa, desde el distanciamiento con el colega que le dio su primera oportunidad, Estanislao Shilinsky, hasta sus problemas conyugales (y algunos devaneos extramaritales que sólo se sugieren), pasando por la turbulenta etapa en la que se erigió como representante del sindicato de actores, en un tiempo en el que los sindicatos en México tenían (espero que el tiempo pasado sea correcto…) un carácter mafioso.

Óscar Jaenada hace un meritorio esfuerzo por dar vida a un cómico cuya seña de identidad era su endiablado lenguaje, tan rápido como viperino; además, Jaenada es español, por lo que el acento mexicano es un trabajo añadido. Lo curioso es que cuando habla en inglés, en la secuencia en la que le visita Michael Todd para proponerle intervenir en La vuelta al mundo en ochenta días, a Jaenada se le va el acento azteca y habla con el inglés macarrónico de instituto típico de España… Y es que hay cosas que son imposibles, y hablar en inglés con acento mexicano para un tío nacido en Esplugues de Llobregat debe ser lo más parecido a la cuadratura del círculo…