Área de servicio

Estrenada a los cuatro años de su producción, esta modesta película norteamericana bien se merecía al menos la misma diligencia que tantos petardos mastodónticos con los que la industria de Hollywood nos bombardea inmisericordemente. Porque Área de servicio, sin ser una obra maestra ni seguramente pasar a la Historia del Cine, aporta un aire fresco y auténtico, una sinceridad poco frecuente en el cine de aquella nacionalidad, cada vez más de plástico, más tecnificado e inhumano.

Justamente la baza contraria es la que juega Allison Anders en su filme, la de las relaciones personales a todo trance, en esta familia formada por tres mujeres: la madre, abandonada por el marido años atrás; la hija mayor, a un paso de la ninfomanía; y la menor, apenas una adolescente, obsesionada por encontrar a su padre o al menos un sucedáneo. Con ellas tres teje Anders una historia a veces dispersa, como la vida en la América profunda que retrata, paradójicamente situada aquí casi en la frontera con México.

Bien apoyada por un trío de actrices que funcionan espléndidamente, comandadas por la siempre estupenda Brooke Adams, de la que hace años que no sabíamos nada, la directora consigue una obra que sabe a verdadera, sencilla y directa, con personajes en los que no es difícil reconocer al vecino, al kioskero, o más apropiadamente, dado el título, al gasolinero o a la camarera de la cantina.