El universo de Óliver

Alexis Morante (Algeciras, 1978) es un productor y director que en esta última faceta tenía hasta ahora una carrera fundamentalmente de vídeos musicales (principalmente para Héroes del silencio y Enrique Bunbury) y documentalista, con títulos en este último apartado tales Sanz:  lo que fui es lo que soy (2018) y Camarón: flamenco y revolución (2018). Ahora afronta su primer largometraje de ficción y, si bien podemos decir que formalmente aprueba sin problemas, otra cosa es que esta El universo de Óliver sea una película satisfactoria, porque nos tememos que, a nuestro juicio, no lo es.

El guion de la película se basa, bastante libremente, en la novela homónima de Miguel Ángel González, publicada por El Transbordador. La acción se desarrolla entre 1985 y 1986 en el Campo de Gibraltar, a donde han vuelto Miguel, su mujer Carmela, y sus hijos Óliver, de 13 años, y Joel, como de 7. La familia está, como se dice en Andalucía, “a la cuarta pregunta”, en la ruina más absoluta, perseguida por el cobrador del frac (y el enanito del frac, variante de este tipo de cobro de morosos...). Se han mudado a la casa del abuelo en la zona. Óliver es un chico retraído que tiene una relación especial con su abuelo, al que todos llaman “El majara” (El loco, para los no andaluces...), un hombre que cree que su vida y la de todos los varones de su familia está marcada por los astros, al haber nacido todos ellos precisamente el 29 de febrero de cada año... y además, el abuelo y el nieto nacieron justo el año en el que pasó el cometa Halley cerca de la Tierra, cada 75 años. En 1986 pasó el cometa, y el abuelo creía que si viajaba hasta él, la mala suerte consuetudinaria de la familia cambiaría... Entre tanto, el padre no consigue trabajo, y el chico tiene problemas de relación con las familias gitanas que viven en la Quinta Fase, también conocida como El Agujero Negro, el típico barrio marginal que cualquier ciudad tiene...

El problema del film quizá sea su heterogeneidad temática: la película habla de la mala suerte institucional, que parece asolar a familias sin que exista ninguna explicación (como aquella copla de  Quintero, Guillén y Mostazo, que cantaba “El día que nací yo/ qué planeta reinaría/ por donde quiera que voy/ qué mala estrella me guía”); pero también habla de esoterismos, de fantasías espaciales, a vueltas con la mítica que siempre ha envuelto el tema del cometa Halley, que nos visita cada 75 años como un reloj; habrá también lugar para conflictos interraciales, entre payos y gitanos, o lo que es lo mismo, entre pobres y muy pobres; habrá también su lugar para el tema del narcotráfico, azote permanente de la zona... y algunos temas más, todos tocados como de pasada, en una película que no termina de centrarse ni de saberse a ciencia cierta qué es exactamente lo que pretende. Si se trata de hacer un canto al difícil paso de la niñez a la infancia, resulta bastante endeble, a pesar de que el protagonista, el jovencísimo Rubén Fulgencio, tiene una rara capacidad para sufrir en pantalla y transmitirlo al público.

Pero el conjunto dista de ser aceptable, lamentablemente, a pesar de los sin duda denodados esfuerzos de producción y del equipo técnico-artístico. Es cierto que Morante dota al film de un ritmo narrativo adecuado al tema, pero el exceso de metraje, esa lacra de nuestro tiempo, tampoco juega a su favor, ni la heterogeneidad y fugacidad de los temas tocados.

Buen trabajo actoral en general. Aparte del pequeño protagonista, muy natural y muy sufridor, los adultos se comportan correctamente, aunque nos parece que Salva Reina y María León, últimamente, repiten mucho el mismo tipo de personaje, parecen intercambiables con los de otras de sus pelis. Mejor Pedro Casablanc, a pesar de que su rol era el más marciano (casi literalmente...).

(20-05-2022)