Kafka, la verdad oculta

Kafka como excusa, Kafka como pretexto, como nexo de unidad en una historia consecuentemente kafkiana. Eso es lo que propone Steven Soderbergh, llegado a la fama con Sexo, mentiras y cintas de vídeo, estremecedora disección de la vida y milagros de la sociedad americana de los ochenta.

Kafka, la verdad oculta no plantea exactamente la vida del torturado autor checo, uno de los escritores que más ha influido en el siglo XX, sino una ficción entreverada de intriga, de misterio, crímenes expresionistas y denuncia del sistema, todo ello con un personaje central, un Kafka en plena madurez creadora, que se encontrará inmerso en una kafkiana aventura de ribetes mucho más intelectuales que físicos. De esta forma, el paisaje va configurando la historia narrada, como si fuera un personaje más, dando cuerpo y textura a esta intriga seudo policíaca que ansía realmente bucear en el alma humana.

Soderbergh realiza, con toda intención, una aproximación kafkiana a su protagonista, un hombre torturado por su ingente capacidad creadora para vislumbrar lo que de angustioso hay en el ser humano moderno. Utiliza entonces un tenebroso blanco y negro para reflejar la vida aquende el Castillo (símbolo del Estado o de la Empresa) y un esplendente color para las escenas allende las puertas de la Entidad que se propone crear al hombre perfecto por la mera erradicación de su individualidad, de su capacidad de pensar por sí mismo.

Parábola ambientada antaño sobre este tenebroso período de hogaño, Kafka, la verdad oculta resulta una obra valerosa pero lamentablemente no completa, lastrada por una concepción demasiado barroca de un universo que termina convirtiéndose en centro de la trama. El escenario acaba siendo el mensaje, en vez del medio.

Quedan, sin embargo, algunas escenas que dejan sin aliento, como todas aquéllas en las que aparece el llamado Hombre Que Ríe, arquetipo del Nuevo Hombre de esta pesadilla kafkiana, un ser infrahumano que ríe, ríe, ríe, mientras mata, mata, mata.