CINE EN SALAS
El plano inicial de esta Sidonie en Japón ya da buena parte de las claves en las que está contada esta historia: en el plano vemos a la protagonista, Isabelle Huppert, como la novelista Sidonie Perceval, como a 10 metros de la cámara, en su casa, en París, en un plano en el que en primera línea, a la izquierda, vemos una librería repleta de libros, a la derecha, algo más al fondo, otra estantería igualmente llena de volúmenes, y a ella, la protagonsta, al fondo, la vemos reflejada por detrás en un espejo en el que también se ven otras librerías, que están frente a ella pero no visibles directamente sino a través de esa imagen especular. La muy cinematográfica profundidad de campo (recurso estilístico que Orson Welles elevó a obra de arte en Ciudadano Kane) actúa aquí a tope, permitiéndonos en ese plano inicial, de quizá 30 ó 40 segundos, apreciar que estamos ante una historia en la que los elementos culturales (el libro es, claro está, quizá el primero y fundamental elemento cultural, con permiso de las pinturas rupestres de Altamira o Lascaux...) serán esenciales, formarán parte misma de lo que se nos cuenta, no son accesorios sino capitales.
Tras ese plano inicial que nos advierte que estamos hollando ya un territorio esencialmente cultural, veremos como la protagonista viaja hasta Japón, con dudas sobre si hacerlo o no, que visualizamos ya en su llegada al aeropuerto de París y su titubeo ante el hecho mismo de facturar, o no, su equipaje. Ya en Tokio, será recibida por su editor local, Kenzo Mizoguchi (nada que ver con el famoso cineasta, según repiten un par de veces...), quien será desde ese momento su acompañante permanente en su gira por Japón, con motivo de la reedición en el país del Sol Naciente de su novela L’ombre portée. Comienza así un viaje por varias ciudades del país, para presentar su libro, firmar ejemplares, etcétera. Pero en uno de los hoteles en los que se aloja, Sidonie se encuentra, de repente, con el fantasma de su marido, fallecido años atrás en un accidente de tráfico en el que murió instantáneamente, mientras que ella salió intacta. Su editor, Kenzo, le dice que eso es normal en Japón, donde los fantasmas se mantienen alrededor de las personas a las que querían en vida...
Élise Girard (Thouars, 1976) es una cineasta francesa de una todavía escasa filmografía, en la que solo destacan un par de largos de ficción anteriores a este, Belleville-Tokyo (2010), hecho de forma casi artesanal, al no encontrar una financiación al uso, sobre una pareja, una maternidad, un adulterio, una voluntad de salir adelante batiéndose el cobre en el terreno de la cultura, y que ya dejaba entrever la fascinación de la directora por el país nipón; y Drôles d'oiseaux (2017), literalmente “pájaros divertidos”, en la que de nuevo aparecerán los elementos culturales como parte fundamental de la trama, al desarrollar una amistad entre una chica y un viejo librero (un Jean Sorel ya anciano, al que recordamos por Belle de jour), en el marco siempre entrañable de una librería de lance.
Con Sidonie en Japón no abandona esa senda cultista, ni mucho menos; así, la protagonista se llama Sidonie Perceval, Sidonie, como el verdadero nombre de pila de la escritora Colette, y Perceval, como el famoso caballero de la Tabla Redonda, colega de Lancelot, Galahad, Gawain y los demás. Pero es que a esta Sidonie, cuya casa, como hemos visto en el plano inicial, estaba literalmente forrada de libros, cuando camina, especialmente en la primera parte, en la que la vemos en los aeropuertos de París y Tokio, pero también en los largos pasillos de los hoteles, su forma de andar, rápida y tableteante, nos recuerda poderosamente aquellos andares de los personajes de las estupendas pelis de Jacques Tati (Mi tío, Las vacaciones de Mon. Hulot, Playtime...), ese rápido tableteo de los zapatos repiqueteando sobre el suelo que en Tati resultaba sumamente cómico en su humor físico, y al que aquí Girard homenajea hasta el punto de hacer que la prota se compre unos zapatos deportivos de estos cuyas suelas se encienden, con lo que el tributo ya es absoluto, cuando la vemos deambulando por una de las ciudades niponas tras uno de los momentos en los que tiene que “airearse” por la extraña historia que está viviendo (lo de encontrarse al fantasma del marido muerto no es cosa demasiado habitual...).
No digamos, por supuesto, el toque cinéfilo de que el editor se llame Mizoguchi, como el gran Kenji Mizoguchi; aunque como Simón Pedro se niegue dos veces (bueno, San Pedro negó tres...), hay mucho de él en el film, como su tono tibiamente feminista, su mensaje veladamente poético, su gusto por la cotidianidad, por las cosas sencillas y simples.
Pero todo ello no sería, claro está, más que quincalla cultista, parafernalia cinéfila y erudita, si no hubiera más. Pero es que hay más... hay, sobre todo, una hermosa, sencilla, callada historia, la de una mujer, la Sidonie protagonista, que ha pasado por un terrible trance al perder al marido en el mismo accidente del que ella salió ilesa, que ha perdido la ilusión de (y la inspiración para) escribir, y cuya vida, tras aquel horrible lance, se limita poco menos que a sobrevivir, sin ganas ni acción para nada. Esa reedición de su novela en Japón le permitirá encontrar un nuevo sentido a su vida: la aparición del fantasma marital, por supuesto absolutamente inocuo, le permitirá despedirse de él en paz y, con la inestimable ayuda del ectoplasma, encontrar una nueva ilusión vital donde menos lo esperaba....
La historia se nos va contando de forma clásica, lineal, porque entre otras cosas no necesitaba hacerse de otra manera. Iremos familiarizándonos con esta Sidonie, una pura contradicción, que parece más gallega que gala (por las incesantes dudas, se entiende...), primero con su espanto al reconocer al visitante marido espectral, con el que, sin embargo, irá estableciendo una especial relación a través de la cual ambos podrán hablar de aquellas cosas que la abrupta muerte de él habían dejado en el limbo de la pareja. Ese espectro que, ladinamente, amorosamente, irá empujando de una forma sibilina a su viuda hacia una nueva ilusión, otra alma estragada, como la de ella, otra persona que, también como Sidonie, parece tocada por el destino para, habiendo sufrido indeciblemente por la desaparición de sus afectos, de sus amores, sin embargo siguen adelante, aunque sin un proyecto vital, sin un hálito de vida que les haga despegarse del estadio de meros supervivientes.
Con un tono callado y sensible, sin estridencias, con una medida utilización simbólica, como esos naipes en el suelo, señal del etéreo paso por la habitación del hotel del espectral marido cuando ya no se puede aparecer corpóreamente, o ese bolso de la prota que el editor insiste tozudamente en portar siempre él, a la hospitalaria manera nipona, y que tendrá un papel determinante en la última escena, Sidonie en Japón nos parece una deliciosa tarjeta de presentación de una cineasta de la que hasta ahora no se le conocía este nivel, esta capacidad para contarnos historias a la vez cultas y emocionantes, para desarrollar esta crónica de una ilusión reencontrada, que no podrá llegar hasta que la protagonista no se dé cuenta de que hay que dejar partir el pasado para poder revivir el presente, el futuro.
Estupenda Isabelle Huppert, convertida, a sus 71 años, en la actriz francesa por antonomasia (con permiso en todo caso de Catherine Deneuve, claro), capaz a su edad todavía de atreverse con una historia de amor como ésta, incluso con algunas imágenes en las que aparece desnuda. Bien Tsuyoshi Ihara, el editor, aunque en la tradición de la escasez gestual típica de los intérpretes de ojos rasgados. Y aceptable el alemán August Diehl como el marido ectoplásmico, aunque tampoco tenía muchas posibilidades de lucirse...
(19-09-2024)
95'