La flor del mal (2002)

El título español parece remitir, en singular, a la más conocida obra de Baudelaire, pero el parecido es meramente nominal. Pensaría la distribuidora que La flor del mal era más comercial que "Adelfa blanca", que sería la traducción literal del original inglés. Pero lo cierto es que, sea un título u otro, el resultado es uno de esos aburridos filmes de enfrentamiento generacional que de vez en cuando da el cine y que, si fuera francés, justificaría el tópico de que "se ve crecer la hierba".

Cine "para" mujeres antes que "de" mujeres, con todas las connotaciones que ello conlleva, tampoco las féminas deberán conectar demasiado, me temo, con esta historia con chica menor de edad inesperadamente desamparada tras un asesinato cometido por la arpía a la que llama madre. La influencia de la maléfica progenitora, una mujer fuerte pero amargada, que no soporta la efímera felicidad que su hija puede obtener lejos de su regazo de "artista" (las comillas no son inocentes...) exquisita, llegará más allá de los barrotes de la cárcel. Un final que parece abogar por la redención de la bruja y por la definitiva pérdida de papeles (llámese en este caso chifladura entre lo cursi y lo hortera) de la adolescente, no redondea precisamente un melodrama que, por otro lado, está pulcramente puesto en imágenes, pero con marcianadas inverosímiles en los distintos hogares de acogida por donde deambula la joven protagonista.

Peter Kosminsky, el director, está graduado en dramones televisivos, e incluso el único filme para cine que realizó, hace algunos años, fue una nueva y costeada versión del clásico brontëano Cumbres borrascosas. Michelle Pfeiffer sorprende en un rol de mujer dura y perversa, y lo hace con todas sus consecuencias, resultando hermosamente odiosa... o viceversa.