El Creyente

Basada en un hecho real, esta película del nuevo en esta plaza Henry Bean presenta una peculiar forma de antisemitismo, la de los propios judíos, en un caso de cainismo que recuerda fugazmente la atroz persecución que hebreos más o menos ocultos como Hitler o Adolf Eichmann perpetraron con empeño digno de mejor causa contra los de su raza. En este caso es un judío educado en la ortodoxia que pronto se rebela, como un nuevo Luzbel, contra Yahvé, convirtiéndose en un azote antisionista, un nazi que predica la exterminación mosaica; pero la semilla judía insuflada desde pequeño en su mente (y, ¡ay!, en su corazón), aflorará en el momento más inesperado.

Raro drama que se pregunta sobre el talmudismo pero, fundamentalmente, sobre la aversión que buena parte del mundo siente por los judíos, resulta ser a veces una obra vidriosa que pudiera parecer que fomenta lo que teóricamente critica. Sin embargo, en el fondo late la tragedia de un hombre escindido entre su fe y su razón, entre su raza y su mente, entre su alma y su inteligencia.

Rodada con estilo cuasi documental pero con chispas de inventiva visual, El creyente termina siendo la historia de una redención, la expiación de Isaac, el hijo de Abraham, en el ara del sacrificio, idea central con la que se abre y cierra el filme, que no sería el mismo sin la interpretación, plena de fuerza y sutiles matices, de un desconocido Ryan Gosling, con inquietantes personajes secundarios servidos por los mucho más famosos Theresa Russell y Billy Zane, confirmando que hay en Henry Bean un director con ideas personales y con un estilo propio, sin por ello caer en la propalación de intolerancias ni en la afectación visual.