La belleza de las cosas

Tras un paréntesis de casi diez años sin hacer cine vuelve Bo Widerberg, del que las nuevas generaciones de cinéfilos prácticamente lo ignoran todo: a su largo alejamiento se une el hecho de que su filmografía apenas se conoce en España y lo que sí se ha estrenado no se repone en las televisiones, atentas a las chorradas de turno pero no a películas de interés.

Sin embargo, este regreso de Widerberg nos lo trae en baja forma, como si el cineasta de films espléndidos como Joe Hill (1972) o Un hombre en el tejado (1976) se hubiera dejado por el camino no sólo sus inquietudes sociales (su cine se caracterizó siempre por una visión netamente de izquierdas), sino también los libros de cómo hacer cine.

Esta La belleza de las cosas, la eterna iniciación en el amor de un adolescente por un adulto (adulta, en este caso), pretende desmarcarse con apuntes como la complicidad culpabilista del marido o cierta mirada hacia la Suecia neutral de la Segunda Guerra Mundial. Pero el conjunto no acaba de convencer, quizá porque no termina de ser ni una historia romántica al uso ni una cala en los aspectos sociólogicos de la Escandinavia de los años cuarenta. Con todo, quedan los destellos de quien ha sido uno de los grandes directores suecos de las tres últimas décadas.

(22-08-2004)