La edad de la inocencia

No era previsible que el violento autor de Taxi driver, Toro salvaje y Uno de los nuestros, Martin Scorsese, cronista de la sociedad urbana del siglo XX, fuese también el adaptador al cine de una de las más viscontianas novelas contemporáneas. Pero tal vez sea necesario indagar más allá de las bellas formas de esta película a un milímetro de la perfección, para descubrir al Scorsese de siempre: a poco que se rasque en la exquisita envoltura de las formas de esta sociedad neoyorquina de la década de 1870, será fácil encontrar una violencia soterrada, expresada en palabras elegantes y diplomáticas, con ademanes sofisticados y espléndidos, pero con una mala leche reconcentrada que recuerda la crueldad de Joe Pesci en Uno de los nuestros o del Robert de Niro de El cabo del miedo, por citar dos de los más celebrados hideputas scorsesianos.

Porque, efectivamente, La edad de la inocencia es la radiografía incisiva, aguda, sin distorsiones, de una clase alta, la plutocracia neoyorquina de la segunda mitad del siglo XIX, tan proclive a la distinción como intolerante con cualquier desviación de lo que se consideraba como norma inviolable: la edad del puritanismo en el país mojigato por excelencia.

En primer plano estará el amor que el protagonista sentirá sucesivamente por su novia de siempre, una chica bien, un amor tranquilo y austero, hecho de pequeños gestos aquilatados por las buenas formas, y la pasión casi desapercibida que pronto lo invade, lo consume, lo desequilibra, hacia la aristócrata procedente de Europa, un turbio pasado que encandila a un hombre encorsetado por una apariencia de rectitud. Este amor inconsumado constituirá el eje central de la trama, pero a su alrededor girará la constante presión de una clase pacata, incapaz de asimilar "outsiders".

Todo se desarrolla con tersura, serenidad exterior, pero con una increíble violencia interior, plasmada en miradas, ademanes, gestos, apenas un tono de voz levemente superior al normal, algunos comentarios elegantemente hirientes: una sociedad podrida que se considera, sin embargo, incorrupta.