La noche cae sobre Manhattan

Es curiosa la distancia que media entre la primera película de Sidney Lumet, Doce hombres sin piedad, rodada hace casi cuarenta años, y esta última, La noche cae sobre Manhattan. Ambos son thrillers judiciales, pero sobre todo filmes de tesis. Sin embargo, éstas difieren sustancialmente: mientras que en la primera, el joven Lumet de 33 años, idealista y utópico, apostaba por la lucha romántica de un hombre contra todos, en defensa de los derechos de un joven que, tal vez, fuera un criminal, ahora, el anciano Lumet de 73 años, con lo que ha vivido, apuesta por el pragmatismo, por la falibilidad posibilista de los románticos que, tal vez también, decidan tragarse sus ideales sobre los derechos civiles y mandar al carajo a un delincuente convicto y confeso, y no por ello menos humano.

Aunque la tesis subyacente sea algo turbia, no cabe duda que Lumet la expone desde la serenidad que dan sus muchos años y las credenciales de haber sido, y ser, del ala liberal de Hollywood.

Curiosamente, interesa más la relación del fiscal con su padre policía que la muy postiza del idilio de García con la abogada del bufete criminalista más famoso de la ciudad, e incluso más que la corrupción policial descrita al fondo, en este caso sólo el paisaje donde escribe el autor su teoría del romántico posibilista.