Moulin Rouge (1952)

Esta película es de las que recuerdo más gratamente de entre las vistas en mi niñez, de las que más me impresionaron por su perfecta reconstrucción de un ambiente y de una época determinada de finales del siglo XIX en el alocado París, la ciudad de la luz y la musa inspiradora de poetas y pintores. No olvidaré nunca la perspectiva desde la que John Huston nos enseña la famosa, bella y perfecta Venus de Milo, ni el ambiente recargado de humo de los cabarets, o las bailarinas ejecutando el can-can; todo ello captado por los mágicos pinceles de un artista genial, Toulouse-Lautrec, hombre de fuerte personalidad, que impuso su estilo y sus formas de pintar, de captar una realidad y llevarla a los lienzos.

Pero a su vez, años más tarde, surgió otro artista, John Huston, que ha sabido recrear esa misma realidad que captaba el pintor, pero con la ventaja de tener la experiencia de los años, de poder observar con mirada distanciadora la vida de aquella época e incluso incluir en ella a Lautrec; el mismo autor que antes la captaba es a su vez captado también, incluido como un elemento más en la decoración de los cabarets llenos de humo y el ritmo vertiginoso de las danzarinas a compás del frenético baile del can-can.

Así podemos observar incluso su vida amorosa y las desventuras de este gran hombre, a través de una biografía realizada con gran acierto por un maestro del cine americano, que si en su día consiguió despuntar con la creación del auténtico cine negro americano a través de su film El halcón maltés (1942), después continuó su fama a través de títulos tan importantes como El tesoro de Sierra Madre (1948), La jungla de asfalto (1950) o La reina de África (1952), hasta llegar a esta cinta donde obtenía la justa recompensa de ser galardonado por la Academia de Artes y Ciencias de Hollywood con dos Oscar a los decorados y al vestuario. En Venecia ganó el León de Oro a la mejor película. Colette Marchand obtuvo el Globo de Oro.