Pi. Fe en el caos

De vez en cuando el cine produce filmes imposibles, inetiquetables, extraños, obras de autores que con frecuencia no vuelven a dirigir película alguna, quedando como raros destellos de talento oculto, expuesto por una vez bajo la luz y de nuevo sepultado por muy distintos motivos. Esperemos que ése no sea el caso de Darren Aronofsky, el cineasta del que se puede decir que es pleno autor (como guionista y director) de esta extrañísima Pi, una intriga entre la numerología, las matemáticas, la cábala judía y el pelotazo en la Bolsa. Dicho así puede parecer un híbrido incomestible, pero no lo es.

Aunque Aronofsky ha contado con medios bastante menguados (o quizá por ello), la película es de una coherencia encomiable (aritmética, sería mejor decir), la historia de un genio de los números, obsesionado con encontrar la secuencia de cifras que lo explica todo (y cuando decimos todo, decimos TODO: el universo, Dios, la Tierra, el ser humano...), primero como forma de acercarse a la Bolsa y hacerse con su enigma (y su dinero...), pero después, progresivamente, embebido en la aventura imposible de conseguir el nudo gordiano de la creación, la pauta que todo lo puede, que todo lo aclara, que todo lo enseña.

Vapuleado y perseguido por materialistas (los que quieren adueñarse de sus descubrimientos para enriquecerse) y religiosos (los talmudistas que quieren para ellos la secuencia numérica porque creen que es el verdadero nombre de Dios), el protagonista se encontrará en un callejón sin salida, del que Aronofsky lo saca con elegancia (aunque en una escena un tanto "gore", hay que reconocerlo).

Filme desasosegante, a menudo hipnótico, con escenas de gran impacto visual y un envidiable talento icónico, Pi demuestra de nuevo que no sólo la inteligencia no tiene nada que ver con los grandes presupuestos, sino que, paradójicamente, se presenta con mucha más frecuencia en filmes económicamente paupérrimos como éste que en los que están engrasados con decenas de millones de dólares.