Smoke

Hay con esta película una especie de superstición mitificante que la ha encumbrado a pesar de sus deficiencias: pasa por ser una obra maestra cuando no es sino una hábil pero no especialmente imaginativa traslación al cine del universo del escritor Paul Auster, al que Smoke debe lo mejor que tiene.

Porque lo que más interesa de este cruce de caminos en el que se convierte el estanco de Auggie (espléndido Harvey Keitel, como siempre) son precisamente las historias que se cuentan, unos a otros, los personajes de esta película coral: así, la anécdota sobre el peso del humo, atribuida al favorito de la Reina Isabel II de Inglaterra, o la del esquiador que encontrará a su padre congelado, y, sobre todo el hipnótico cuento de navidad (donde el director Wayne Wang acierta, por fin, a dar una muestra de genuino talento cinematográfico, en un larguísimo plano secuencia con un "zoom" muy lento sobre la cara del narrador), tienen el característico sello de Auster, sin que Wang haga otra cosa que ilustrarlo con cierta solvencia pero sin auténtico genio.

Le sucede a Smoke como a su coetánea, la española El porqué de las cosas, de Ventura Pons, en la que lo único realmente válido son las historias de Quim Monzó. Tampoco este filme neoyorquino, enamorado del paisaje urbano de la Gran Manzana, sería nada sin los textos, las ideas y la imaginería de los personajes de Auster. Bien es verdad que ello ya basta para dar interés a un filme que, en otras manos, podría haber sido una obra magistral. Eso sí, los fumadores empedernidos gozarán de lo lindo: ¿no estarán Marlboro o Pall Mall tras los nombres de los ignotos productores...?