Esta película forma parte de la programación del AMERICANA FILM FEST (Festival de Cine Independiente Norteamericano de Barcelona).
Kentucker Audley (nacido Andrew Michael Nenninger, siendo su nombre de pila un homenaje al estado de Kentucky donde se crió) y Albert Birney son dos guionistas y directores que colaboraron hace unos años en el largometraje Sylvio (2017), que llamó la atención por su peculiar propuesta, presentando como protagonista a un gorila existencialista que podría recordar el Informe para una academia, de Kafka, aunque era evidente que jugaba más bien en la liga del disparate. La pareja Audley-Birney reincide ahora en esta quizá aún más estrafalaria Strawberry Mansion, entre la comedia y la ciencia ficción, entre el fantástico, el romanticismo “fou” y la denuncia de la sociedad actual, en un popurrí que, ciertamente, no deja de tener su gracia.
La acción se desarrolla (según aparece datado en la grabación que realiza el protagonista) en el año 2035. En ese tiempo, a mediados de la década que viene (si es que llegamos, lo que no está claro...), el gobierno federal impone impuestos a los sueños, en concreto a los productos comerciales que aparecen en ellos. El auditor fiscal James Preble acude a la denominada Strawberry Mansion, residencia de la anciana artista Arabella Isadora, que quiere ser llamada Bella, y que no paga esos impuestos oníricos desde hace años, por lo que el inspector comienza su auditoría; los sueños de Bella están registrados en viejas cintas de VHS. Mientras el aplicado funcionario trabaja, Bella, una viejecita encantadora, le propone que se quede a dormir y a comer allí, y le revela que ella tiene una especie de casco que le permite eliminar la publicidad subliminal que todo sueño lleva incluido, con la connivencia dolosa del gobierno...
Lo cierto es que esta Strawberry Mansion es una muy curiosa película, lo que no significa que sea buena. Se ha hablado de influencias de los mundos fantásticos de Michel Gondry, Charlie Kaufman y Spike Jonze, y puede ser cierto, sobre todo por su recurrencia al universo de los sueños con un punto de locura, aunque vemos también un acercamiento evidente al mundo de los cuentos, de los que toma elementos como el lobo, los ratones y la rana, todos ellos debidamente antropomorfizados, auténticos clásicos del mundo cuentista, adobado con un cierto cutrerío visual que no sabemos si es buscado o simplemente que los medios técnicos con los que se han contado no han sido precisamente abundantes. La imagen es ligeramente desvaída, con un grano evidente, lo que, unido a imágenes como el Demonio Azul (que parece el Monstruo de las Galletas con un punto ligeramente demoníaco), confieren a la película un corte amateur, naïf, agradable en su ingenuidad como de parvulario.
Entre las referencias más o menos cultistas podría citarse a Ray Harryhausen, el mago de los efectos especiales analógicos del siglo XX, que aparece aquí homenajeado en un delicioso esqueleto surgido de la tierra, que recuerda poderosamente las caninas guerreras de Jasón y los argonautas, una de las más celebradas pelis de Harryhausen. Eso sí, el tono general de los efectos especiales o digitales y del maquillaje es bastante penco, en línea con ese relativamente nuevo movimiento que parece valorar el cutrerío como una de las bellas artes...
La película resulta ser, de este modo, muy simbólica, aunque sea con símbolos tirando a pedestres, pero no carentes de cierto encanto. Casi más un cuento que un sueño, como queda dicho, su parte final resulta progresivamente abstracta, metafísica, como hecha bajo los efectos de un chute lisérgico, terminando casi literalmente con el famoso epílogo del “fueron felices y comieron perdices”, resultando el film relativamente más valioso por la acumulación de ideas imaginativas (otras no tanto...) que por sus valores cinematográficos, que no son muchos...
Hay también una cierta denuncia social, como esa publicidad subliminal que hoy día, vía “big data”, es ya una realidad que está aquí y nos asalta cada vez que abrimos una pantalla digital.
Como notas a destacar, la hipnótica música de Dan Deacon es uno de los aciertos de la peli, una banda sonora ideal para esta historia entre el cuento y el sueño. Los intérpretes, encabezados por los propios directores, están en línea con lo que pide el film, nada de actuaciones exquisitas sino de recitar sus textos y poco más...
Eso sí, queridos directores y guionistas Kentucker Audley y Albert Birney, sobre el tema de los impuestos a los sueños... no deis ideas, miarmas...
(22-03-2022)
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