Enrique Colmena

El 25 de junio de este 2019 se han cumplido 37 años del estreno en Estados Unidos de la mítica Blade runner. Curiosamente, este año de 2019 en el que estamos cuando se escriben estas líneas es, precisamente, el mismo en el que se ambientaba aquella portentosa película que cambió el curso del cine de ciencia ficción y entronizó a Ridley Scott (que antes, en 1979, ya había sacudido, y de qué forma, los esquemas cinematográficos con Alien, el octavo pasajero) como uno de los grandes creadores del cine moderno.

Esa circunstancia, el hecho de haber llegado a 2019, el año de Blade runner, nos da pie a echar la vista atrás y analizar de qué forma el cine, y también la televisión, imaginaron el futuro, y cómo casi siempre, por no decir siempre, erraron de forma considerable, en todos los aspectos: social, político, tecnológico... Afortunadamente, habrá que decir pronto, porque generalmente esos futuros imaginados por nuestros ancestros cinematográficos eran unos futuros ominosos, cargados de negros presagios. Habrá que concluir entonces que el cine ha sido un nefasto profeta, un augur no precisamente dotado para ver el futuro. Como siempre, no buscamos la exhaustividad sino la aproximación, amplia pero limitada, a las películas y series que imaginaron el futuro de una forma, y de qué manera, generalmente, fallaron estrepitosamente en sus vaticinios al llegar al año en el que supuestamente se ambientaban. Iremos haciendo nuestros comentarios cronológicamente, comenzando por los años más antiguos y avanzando hasta llegar a este 2019, el año de Blade runner.

La novela 1984, de George Orwell, es una de las obras de referencia de lo que se viene llamando “distopías” o “antiutopías”, sociedades imaginarias manifiestamente indeseables, que de vez en cuando dan en imaginar algunos escritores y cineastas, quizá con la no tan secreta intención de que valoremos las libertades civiles y derechos de los que disfrutamos. La novela 1984 ha sido llevada al cine al menos en dos ocasiones. Una lo fue en la etapa del cine clásico, en una coproducción anglonorteamericana, en el año 1956, con el título, lógicamente, de 1984. La dirigió Michael Anderson, con Edmond O’Brien como el oscuro funcionario Smith, encargado de reescribir constantemente la historia para que esta se adecue siempre a los designios del gobierno, con la omnipresente vigilancia del llamado Big Brother o Gran Hermano (sí, de ahí tomaron los de Mediaset el nombre de su concurso), en una sociedad distópica donde el poder controla absolutamente a todos los ciudadanos. Esa misma historia, aunque modernizada, la llevará a cabo, precisamente en 1984, Michael Radford, llamándose también 1984, de tal manera que coincidieron en el mismo año el título de la película, la fecha en la que estaba ambientada la misma y el año en el que se produjo, alineación de astros ciertamente difícil de igualar, con John Hurt como el probo Smith y Richard Burton como O’Brien, el miembro del gobierno que habrá de “meter en vereda” al díscolo funcionario. Afortunadamente, los pésimos vaticinios de Orwell, en la novela, y de Anderson y Radford en sus respectivas películas, no se cumplieron en absoluto. Es cierto que en el año 1984 todavía persistía la URSS y los entonces llamados “países satélites”, donde existía un importante control sobre la población, pero, ni de lejos se llegaba (entre otras cosas porque la tecnología no había alcanzado el suficiente grado de madurez para ello) a la férrea estructura represora de la novela y las películas, con cámaras en todos los lugares posibles, con la revisión, el escrutinio constante y permanente por parte de las autoridades de cualesquiera actividades, fueran ilegales o no, de los ciudadanos.

El año 1989 fue imaginado por el cine a principios de esa misma década. Fue el cine alemán, de la mano de Wolf Gremm, con Kamikaze 1989, rodada en 1982, y cuya característica más llamativa era la de contar con Rainer Werner Fassbinder como protagonista, en una de sus últimas actuaciones antes de morir. En aquella película, aunque con un horizonte temporal relativamente corto (7 años), se imaginaba una Alemania en la que la pobreza se habría eliminado, pero donde el gobierno utilizaría masivamente los mass media para controlar a la población; en ese contexto, el protagonista, policía, tendrá que desentrañar un misterio con amenazas de bomba y asesinatos. Pero, ciertamente, en 1989 Alemania tenía poco que ver con la aquí descrita; de hecho, fue el año de la caída del Muro de Berlín, así que la película ni se acercó a la realidad.

Qué decir entonces de lo que para 1990 predijo una floja película italiana de 1982, cuyo título era 1990: los guerreros del Bronx, con dirección de Enzo G. Castellari, perito en este tipo de imitaciones, un film que claramente bebía en el éxito de John Carpenter 1997: Rescate en Nueva York (1981), que comentaremos cuando lleguemos a su año. Castellari, en la estela de Carpenter, planteaba aquí una historia ambientada en el citado 1990 en el barrio neoyorquino del Bronx, imaginando el típico y tópico Nueva York postapocalíptico, con un personaje evidentemente influido, por decirlo benévolamente, por el Snake Plissken que hizo Kurt Russell para el clásico carpenteriano. Por supuesto, cuando llegó 1990 ni había habido ningún apocalipsis, ni Nueva York estaba en manos de los “gangs”, ni nada de nada...

Precisamente en 1997 es cuando se ambienta la película citada como referencia en el párrafo anterior, 1997: Rescate en Nueva York, rodada por John Carpenter en 1981, 16 años antes de la fecha en la que se databa la historia, un futuro apocalíptico en el que Manhattan ha sido convertido en una gigantesca prisión de máxima seguridad. Como todo puede ser susceptible de empeorar, el avión del presidente de los Estados Unidos es derribado por los presidiarios y el máximo mandatario del país es tomado como rehén. A Snake Plissken, un tipo de vuelta de todo, tuerto, le encargan que saque al presidente de semejante antro... Pues llegó 1997 y, aunque la peli de Carpenter estaba muy bien y era muy imaginativa, lo cierto es que Manhattan siguió en su sitio, ningún presidente fue tomado como rehén y, en definitiva, la capacidad prospectiva del director fue tirando a nula.

Hasta tres obras audiovisuales situaron sus historias en 1999, fecha mágica donde las hubiera, el final de un siglo, de un milenio, cuando se barruntaba (no sin acierto) que los tiempos estaban cambiando aceleradamente. La más antigua de esas tres obras fue una serie televisiva, Espacio 1999, con dos temporadas grabadas entre 1975 y 1977, y que imaginaba que en 1999 existiría una base terrestre permanente en la Luna, y cómo una gigantesca explosión expulsaría a nuestro satélite al espacio exterior, teniendo los miembros del equipo de la base lunar que afrontar innumerables riesgos en ese viaje hacia lo desconocido. La serie era realmente muy entretenida e imaginativa, con Martin Landau y Barbara Bain al frente del reparto, y con Charles Crichton en la realización de la mayoría de los capítulos, pero lo cierto es que la existencia de una base de la Tierra en la Luna, en 1999, era un despropósito que ni siquiera actualmente, veinte años después, se ha plasmado en la realidad.

Días extraños (1995), el film de Kathryn Bigelow, también se ambientaba en ese final de siglo, en ese 1999; la escasa distancia en años entre la fecha de producción y la de ambientación no permitía muchas florituras, pero sí aparecía un peculiarísimo gadget, un dispositivo que permitía a cualquiera que se hiciera con él revivir las sensaciones grabadas por otras personas; mezcla de ciencia ficción y cine negro, la película de Bigelow, con Ralph Fiennes y Angela Bassett, era un producto curioso e interesante, si bien ese adminículo capaz de reproducir las sensaciones grabadas para terceras personas ni estaba inventado en 1999 ni hoy día, veinte años después, existe.

El tercero de los films ambientados en 1999 es el más flojo de los tres. Se tituló Curso 1999, rodado en 1990 por Mark L. Lester, perito en este tipo de productos de serie B (por no decir Z...), e imagina un futuro finisecular en el que el sistema de enseñanza se ha deteriorado tanto que se está implantando la figura del profesor androide, con maestros convertidos en “cyborgs”, mitad humanos, mitad máquinas, que habrán de enfrentarse a las hordas juveniles y al prota, que pasará de villano a héroe... Aunque los profesores de finales del siglo pasado (y los de ahora...) tienen ganado el cielo, no parece que convertirlos en “cyborgs” sea la solución...

Ilustración: Kurt Russell como Snake Plissken, en una imagen de 1997: Rescate en Nueva York (1981), de John Carpenter.

Próximo capítulo: 2019, el año de "Blade runner": el cine como nefasto profeta (y II)