Enrique Colmena

Ha muerto Antonio Mercero, estragado tras doce años de lucha con el Alzheimer. Con él se va uno de los más estimulantes creadores de televisión popular que ha dado España, a la altura de un Chicho Ibáñez Serrador y pocos más. Lo curioso de Mercero es que su indudable talento para hacer productos comerciales, amenos, verosímiles, inteligentes y dignos, se ciñó en su mayor parte a su carrera en televisión, mientras que sus films para la pantalla grande, salvo algunas excepciones, fueron claramente inferiores y no gozaron de la misma aceptación del público. Repasaremos en dos capítulos estas dos facetas, televisión y cine, de este gran profesional audiovisual.

Mercero y la televisión: un repóquer de ases

Antonio Mercero nació en Lasarte (Guipúzcoa) en 1936, el mismo año en el que comienza la Guerra Civil Española. Trasladado a Madrid, a principios de los años sesenta se gradúa en la Escuela Oficial de Cinematografía, la mítica EOC. Sus primeros cortometrajes consiguieron varios premios, incluso en el festival de San Sebastián. A principios de los años setenta Mercero comienza a trabajar en Televisión Española (TVE) como realizador, iniciando una fructífera relación con este medio audiovisual. Su primer gran éxito será la serie (aún grabada en blanco y negro) Crónicas de un pueblo, que contaba ficciones de corte realista, dentro siempre de las coordenadas que marcaba el régimen franquista, pero con una calidad y un tono ciertamente notables. Puesto que todavía estábamos en una época en la que las libertades públicas eran una entelequia, la serie giraba con frecuencia sobre lo que en aquellos tiempos se llamaban “las fuerzas vivas del pueblo”: el maestro (que ostentaba un protagonismo de “primus inter pares”), el alcalde, el cura, el médico, la boticaria, el cabo de la Guardia Civil, el alguacil... un microcosmos de la sociedad española de la época, o al menos de lo que el franquismo sociológico consideraba el estereotipo de la España del momento.

La serie engancha perfectamente con la sociedad española de su tiempo, el tardofranquismo, una sociedad que empezaba a desperezarse de varias décadas de autarquía pero que todavía lo hacía con tibieza, con cautela, como si supiera que mientras el dictador viviera el cambio era improbable, quizá imposible. Hacia 1973 la serie, ya agotada tras 108 episodios (de los que Mercero dirigió 52), dejará de grabarse: también estaba llegando un tiempo (es el año de la flebitis de Franco y su primera sustitución en la Jefatura del Estado por Juan Carlos de Borbón) en el que España evolucionará a marchas forzadas.

En 1972, Mercero, con guion propio y de José Luis Garci, da la campanada con un corto para televisión, La cabina, que se constituye en todo un acontecimiento popular. Con protagonismo absoluto de José Luis López Vázquez, narra, en clave entre dramática, fantástica y surrealista, la mínima historia de un españolito de a pie que entra en una cabina telefónica para hacer una llamada, pero el exiguo habitáculo se cerrará herméticamente y nunca más podrá volver a salir; metáfora de la despersonalización de la sociedad, parábola de una sociedad en la que las personas pasan a ser números antes que seres sintientes, La cabina no solo conmociona a España entera (es mítica, pero tan verídica –hablo con conocimiento de causa...--, la costumbre de la época, tras haber visto el corto en televisión, de poner el pie en la puerta de la cabina para evitar que esta se cerrara...), sino que obtendría premios tan relevantes como el Emmy, algo nunca visto en la televisión de España.

Tras La cabina, Mercero intentará repetir fortuna con otros cortometrajes grabados expresamente para televisión, pero ni Los pajaritos (1974) ni Don Juan (1974), siendo estimables, llegaron a tener el interés ni la repercusión de aquel legendario corto.

Con la llegada de la Transición, se abren nuevas posibilidades para hacer televisión más libre en España. Es el tiempo de Este señor de negro, serie de 13 episodios en los que Mercero recreó el universo de Antonio Mingote, que intervino en los guiones junto al director vasco, y en la que se realizaba una sátira sobre los personajes ultramontanos que, por aquel entonces, representaban en la sociedad española el freno para las aspiraciones de libertad de la mayoría del pueblo, una parodia de estos personajes del búnker (como se les denominaba entonces) que llegaron bien al público y contó con el agrado general. De nuevo López Vázquez, como en La cabina, se ponía al frente del proyecto en el apartado interpretativo, siendo además su aspecto muy apropiado para este tipo de personaje mingotiano.

A principios de los años ochenta, coincidiendo con la descomposición de la UCD de Suárez, el intento de golpe de estado de Tejero y la llegada al gobierno del PSOE de Felipe González, Mercero lleva a la pequeña pantalla, de nuevo para TVE, una nueva serie que le dará fama y popularidad. Es Verano azul, mítica donde las haya, ambientada en la localidad malagueña de Nerja, con un grupo de niños y preadolescentes, más algunos adultos de su círculo familiar o amistoso y, sobre todo, el personaje de Chanquete, un viejo pescador retirado que será el centro y eje de la pandilla de amigos y de las sucesivas historias que cada semana llegaban a la España de solo dos cadenas de televisión (La Primera y la Segunda, como se llamaban entonces).

El impacto de los 19 capítulos de la serie será fortísimo, convirtiéndose en una leyenda de la televisión, y el episodio de la muerte de Chanquete (un Antonio Ferrandis que no conseguiría despegarse del personaje en el resto de su carrera) dejará en “shock” a los televidentes hispanos (vale decir el país entero), de una manera que en estos descreídos tiempos del siglo XXI en los que se escriben estas líneas sería impensable. Así, Verano azul conocerá una serie de interminables reposiciones a lo largo de los años, constituyéndose en un fenómeno inusual, una serie de corte familiar que apostaba ya por nuevos aires en la televisión, tocando en ese contexto asuntos como el sexo, el aborto o el divorcio, que hasta pocos años antes hubieran sido tabúes en el medio catódico (y tan “católico”...). El tema principal de la banda sonora de Carmelo Bernaola se hará viral, si lo decimos con palabras actuales, y una canción como la muy roja No nos moverán, presente también en la B.S.O., estará en boca de gente de toda laya, muchos de ellos seguramente sin saber qué ideología subyacía en lo que estaban cantando.

En la segunda mitad de los años ochenta, Mercero afronta una nueva serie que, sin llegar a los niveles de popularidad de Verano azul, conseguirá una amplia repercusión popular, en este caso a un nivel más adulto al de su anterior serie. Es el tiempo de Turno de oficio, serie de 17 episodios de corte jurídico, que contaba historias que acontecían a los abogados que asistían a aquellos acusados sin posibles para costearse un letrado de pago. La serie, emitida por la Segunda de TVE, de mayor enjundia temática e intelectual que Verano azul, va dirigida ya a un público adulto y formado, no necesariamente familiar, y constituye un razonable éxito en la televisión de la época, con un tratamiento realista que buscará un acercamiento al mundo delincuencial y de los tribunales, una radiografía en sepia de la España de la época, una España que ya había entrado en la entonces llamada Comunidad Económica Europea y empezaba a asimilar plenamente los procedimientos y protocolos de la libertad, de la democracia.

A principios de los años noventa se inauguran las televisiones privadas en España. Una de ellas, Antena 3, producirá el nuevo proyecto televisivo de Mercero, Farmacia de guardia, de nuevo en una línea familiar, con Concha Cuetos al frente del reparto. De nuevo Mercero da en la diana, manteniendo la serie durante cuatro años consecutivos y con altísimos niveles de audiencia, una historia que se ambienta en la farmacia del título, con mujer divorciada, sus hijos, su ex, y toda la variopinta fauna que permite la clientela de una botica, además de las propias vidas y problemas de los protagonistas. Contada en clave cercana, sin engolamientos ni tonterías, la serie termina en pleno éxito, en una inteligente jugada de Mercero que, con buen criterio, prefirió no “achicharrar” su producto sino dejar al público con buen sabor de boca. Ello a pesar de haberse grabado y emitido nada menos que 169 episodios.

La última serie televisiva que dirigiría Antonio Mercero sería Manolito Gafotas, a principios del siglo XXI, su único pinchazo televisual, cancelándose tras emitir solo tres episodios, tal vez porque el personaje creado por Elvira Lindo, en esos momentos, estaba ya más que visto por las sucesivas adaptaciones fílmicas Manolito Gafotas (1999), de Miguel Albaladejo, y Manolito Gafotas en ¡Mola ser jefe! (2000), de Joan Potau. Un patinazo que, por supuesto, no ensucia una trayectoria televisiva jalonada de grandes éxitos.


Ilustración: Un impactante primer plano del formidable cortometraje televisivo La cabina, con José Luis López Vázquez.


Próximo capítulo: Antonio Mercero, cuando hablar de televisión popular inteligente no es un oxímoron (y II)