Enrique Colmena
El estreno de “Mission: Impossible III” trae de nuevo a la actualidad, y por motivos estrictamente cinematográficos (nada que ver con su agitada vida amorosa o su militancia en la Iglesia de la Cienciología, que tanto juego da a la prensa), a Tom Cruise, y ello nos da pie también a escribir unas líneas sobre un tema interesante: las estrellas de Hollywood, las mejores pagadas del mundo, también, de vez en cuando, quieren demostrar que son actores y que, además de hacer de supermachos con niveles supremos de testosterona, saben interpretar personajes que se salen del estereotipo del héroe, tan habitual en ellos.
Ya que estamos con Cruise, empecemos por él: es curioso, pero quizá sea Tom el más prolífico en sus intentos de compaginar una carrera de superstar de “caché” multimillonario, con otra de actor preocupado por hacer historias más pequeñas, más creíbles, de corte más independiente: llegado a la incipiente fama al ser uno de los actores que Coppola lanzó al estrellato dentro del que se llamó “brat pack” (o “hatajo de mocosos”, en la expresión española), en la versión cinematográfica del clásico de Susan E. Hinton “Rebeldes” (que daría a conocer a toda una pléyade de actores jóvenes de principios de los años ochenta, desde Patrick Swayze a Ralph Macchio, pasando por Matt Dillon o Rob Lowe), Cruise ha frecuentado después películas con directores de postín, en una carrera paralela a sus éxitos comerciales (“Risky Business”, “Top Gun”, que lo lanzó como una estrella de primera línea, la saga “Mission: Impossible”, entre otras muchas), en filmes como “El color del dinero”, en el que compartía cabecera de cartel nada menos que con Paul Newman, bajo las órdenes de uno de los grandes directores del último cuarto de siglo, Martin Scorsese; “Rain Man”, con otro grande de la interpretación, Dustin Hoffman; “Nacido el 4 de Julio”, donde interpretaba a un paralítico por la guerra del Vietnam, a las órdenes del “enfant (ya no tan “enfant”, es verdad…) terrible” Oliver Stone; “La tapadera (The firm)”, que, aunque era un John Grisham, tenía al prestigioso Sydney Pollack en la realización; “Entrevista con el vampiro”, sobre el clásico de terror moderno de Anne Rice, con dirección del exquisito irlandés Neil Jordan; “Eyes Wide Shut”, nada menos que bajo las órdenes de Stanley Kubrick, en un rodaje interminable que estuvo a punto de enviar al manicomio al entonces matrimonio Cruise-Kidman, y sí que mandó al otro barrio al director; “Magnolia”, del entonces emergente Paul Thomas Anderson; y, por último, “Collateral”, que combina las dos facetas de su carrera, la evidentemente comercial (recaudó más de 100 millones de dólares en el mercado USA) con la de prestigio, al estar dirigida por Michael Mann e interpretar, por primera vez en su filmografía, a un villano, un personaje con zonas oscuras.
Otra megastar de Hollywood que de vez en cuando (cada vez menos, es cierto) hace sus pinitos en el cine no estrictamente comercial es Bruce Willis. Así, entre cohetes de testosterona como la serie “Jungla de cristal” (“Die Hard” en el original inglés), Bruce encuentra tiempo para hacer cosas como aquella ya vieja comedia, “Cita a ciegas”, que le lanzó a la fama cinematográfica, después de contar ya con mucha popularidad televisiva por la serie “Luz de luna”. Después, Willis hizo una intervención muy atípica en “Pulp fiction”, que marcó el cenit de Tarantino, después bastante más morigerado. “12 monos” también fue una apuesta arriesgada de Bruce, una historia futurista y apocalíptica, de estética feísta y poco comercial; el que sí fue comercial, aunque en principio no tuviera apariencia de ello, fue “El sexto sentido”, un filme de terror de bajo presupuesto, dirigido por el indo-americano M. Night Shyamalan, que se convirtió de inmediato en un clásico del género, además de arrasar en taquilla. El último filme de Willis de carácter no estrictamente comercial es “Sin City”, la peculiar adaptación del cómic, donde se consigue una atmósfera muy plausible.
Kevin Costner también gusta de hacer, de vez en cuando, alguna cosita fuera de los esquemas meramente taquilleros de Hollywood. Intervino en “Silverado” cuando nadie lo conocía, es cierto, pero repitió con el director Lawrence Kasdan años más tarde, en “Wyatt Earp”, donde se dio una costalada comercial de mucho cuidado. Tal vez por eso no ha tentado más la suerte, aunque es cierto que antes hizo algunos títulos no estrictamente comerciales, como “Bailando con lobos” (a la que le tocó la lotería con los Oscar), que también dirigió; "JFK”, bajo las órdenes del imprevisible Oliver Stone; y “Un mundo perfecto”, espléndido drama de Clint Eastwood sobre la infancia (y la madurez…) desvalida.
Mel Gibson, como Costner, también dirige, y es en esa faceta donde se ha permitido algún que otro “ex curso”, como en su “El hombre sin rostro”, interesante acercamiento al vidrioso espacio de la pedofilia; también ha protagonizado “Hamlet”, saliendo bastante airoso del trance; e incluso ha hecho filmes de terror con Shyamalan, como “Señales”.
Harrison Ford es de las estrellas jolivudenses menos proclives a hacer productos poco comerciales; y eso que tiene en su haber uno de los filmes “de culto” del último cuarto de siglo, y desde luego, del género de ciencia-ficción: “Blade runner”, donde su aspecto algo estólido brillaba con mil matices; pero, aparte de eso, sólo algunos títulos al principio de su carrera, “American Graffiti” y “Apocalypse Now”, tienen intereses ajenos a la taquilla, y también en ambos su participación es mínima.
El último de los recién llegados al Olimpo de las estrellas de Hollywood puede ser Jim Carrey. Sin el interés por dirigir que han mostrado algunos de sus colegas (Costner, Gibson) ni de producir (Cruise, además de Costner y Gibson), Carrey ha hecho algunos títulos “de mérito”, “El show de Truman”, de Peter Weir, por el que parecía iba a conseguir el Oscar, aunque se quedó con un palmo de narices; “Man on the moon”, del checo Milos Forman; y “Olvídate de mí”, con una peculiar deconstrucción de la realidad.
En definitiva, ellos quieren ser, además de bien pagados, admirados por su arte. No sé si lo conseguirán, pero lo que es empeño sí que ponen, sí...