13/10/2025
Ha muerto Diane Keaton (nacida Diane Hall Keaton; Los Ángeles, 1946 – loc. cit., 2025), y con ella se va una de las grandes actrices del último cuarto de siglo XX. Y remarcamos lo de ese cuarto de siglo porque sus mejores películas, lo mejor de sí misma como eximia actriz, lo dio en ese plazo aproximado de tiempo, entre el comienzo de los años setenta y mediados de los noventa. Después, lamentablemente, aunque siguió haciendo cine, ya no pudo mantener el mismo nivel, al menos en cuanto a las películas en las que intervenía (ya se sabe que las actrices, en Hollywood -y no solo las de allí…-, a partir de los 40/50 años se vuelven invisibles…), aunque sí, desde luego, en la calidad de sus interpretaciones, con frecuencia mucho mejores que los films en los que participó.
Pero durante esos aproximados 25 primeros años de su carrera su nombre se asoció a un buen número de películas que están en la Historia del Cine, bien por su calidad, bien por su popularidad, con frecuencia por ambas cosas. De ese cuarto de siglo aproximado hemos seleccionado 15 títulos que nos parece definen bastante bien a esta actriz que, sin tener la extraordinaria ductilidad de una Meryl Streep, la dulzura desarmante de una Audrey Hepburn, o la voluptuosa sensualidad de una Marylin Monroe, se hizo un hueco importante en la industria hollywoodense, y su presencia fue siempre garantía de calidad.
Sus comienzos teatrales incluyen papeles sobre las tablas en obras tan conocidas (y tan diferentes...) como Un tranvía llamado deseo y Hair, para después, a comienzos de los años setenta, centrarse en una sólida carrera dentro del audiovisual. Tras algunas apariciones de corte secundario, Coppola la elige para ser la novia de Michael Corleone (Al Pacino) en El Padrino, lo que la sitúa de inmediato en primera línea del escaparate. Tras ello enlazará una tras otra una serie de películas bajo la dirección de Woody Allen (con el que durante una parte de aquella época mantuvo una relación sentimental), todavía en su fase de cómico excéntrico: Sueños de seductor (aquí con dirección de Herbert Ross, aunque es puro Woody Allen), El dormilón y La última noche de Boris Grushenko, películas en las que Diane será el contrapunto adecuado para que el entonces sólo cómico, gagman y director novato pudiera desarrollar sus divertidas historias, entre lo estrafalario y lo surrealista. Entre tanto, Coppola la llama de nuevo para repetir papel en El padrino parte II, que vuelve a presentarla como una actriz que se maneja tan bien en la comedia como en el drama, una de las características que desde entonces mantendría, aunque es cierto que en su última etapa, la del siglo XXI, casi siempre la requirieron para papeles más o menos cómicos.
Allen la llama de nuevo para el giro que dará en su filmografía a partir de Annie Hall, una película que tiene tanto que agradecerle al talento del cineasta neoyorquino como al personaje que interpretaría Diane Keaton; curiosamente, Woody optó por llamar a su personaje “Hall” de apellido, que resulta que era… el verdadero apellido de Diane, que optó artísticamente por el de Keaton (apellido de su madre) cuando, años atrás, se encontró con que ya había una actriz con el nombre de Diane Hall. Evidentemente, el apellido del personaje no fue una casualidad, sino que Allen lo hizo a posta, quizá queriendo resaltar que el rol de Diane era, en buena medida, ella misma. Lo cierto es que aquella dramedia cambió radicalmente el concepto que los cinéfilos, la crítica, el público, tenía de Woody: dejó de ser el humorista cáustico y ocurrente para ser un cineasta que sabía contar historias, y además lo hacía con una frescura y una catarata de ideas (en diálogos, pero también en situaciones y en la resolución visual de las escenas) ciertamente llamativa. Y, de nuevo, insistimos: no es imaginable concebir Annie Hall sin Diane Keaton en ese papel, configurándolo como una mujer moderna, a veces un tanto frívola, con un evidente punto de inseguridad existencial, pero lejos de la gazmoñería sexual típica de las mujeres de la época, marcando el camino para millones de féminas en todo el mundo.
El gran Richard Brooks, ya casi al final de su carrera, dirigió a Diane en un film controvertido, Buscando al señor Goodbar, en el que compartía cabecera de reparto con un entonces jovencísimo Richard Gere, en una historia que exploraba los complejos meandros de un buscado sexo violento, para poco después volver a trabajar para Allen en Interiores, uno de los intermitentes films en los que Woody rinde homenaje a sus ídolos cinematográficos (en este caso, a Bergman), y donde de nuevo Keaton demostró su amplia paleta de registros, con una intensidad muy apropiadamente bergmaniana. Manhattan la rodó otra vez a las órdenes de Allen, un film en el mismo tono de dramedia (incluso acentuado) que ya cultivó en Annie Hall, pero ahora rindiéndose absolutamente a la ciudad de Nueva York, en el que probablemente sea el mejor retrato que se haya hecho de (y la mejor declaración de amor a…) la ciudad de los rascacielos, reafirmando con la película el poderío interpretativo de Diane Keaton.
Su cambio de pareja en aquellos tiempos, siéndolo entonces del actor y director Warren Beatty, propiciará uno de esos films ciertamente raros en el cine de Hollywood, Reds (Rojos), una apasionada biografía de John Reed a través de su famoso libro Diez días que estremecieron el mundo, sobre la Revolución Bolchevique que este periodista norteamericano vivió en primera persona, una peli que llegó además en un momento no precisamente progresista de la Historia de Estados Unidos, justo cuando llegaba a la Casa Blanca Ronald Reagan con la que se conoció como “Revolución Conservadora”.
Ya alejada de parejas a la vez que directores, Diane rueda a mediados de los ochenta La chica del tambor, adaptación del best seller homónimo de John le Carré, a las órdenes de George Roy Hill, que le permite interpretar a una radical de izquierdas que, por mor del amor (qué propio…) cambiará de bando ideológico (esto ciertamente es bastante improbable…). Todavía volverá a trabajar con Allen en dos films, uno el nostálgico homenaje de Woody a la radiofonía de su infancia en Días de radio, y la segunda en un tributo del cineasta neoyorquino al gran Hitch en su Misterioso asesinato en Manhattan, donde no era difícil atisbar la huella de clásicos hitchcockianos como La ventana indiscreta. Entre medias aún pudo estar Diane, de nuevo, en la tercera y última entrega coppoliana del capomafia por excelencia del cine, El Padrino parte III. Sus títulos de interés prácticamente terminarán con La habitación de Marvin (1996), de un cineasta tan poco relevante como Jerry Zacks, pero donde estuvo rodeada de lo mejor del Hollywood moderno: Meryl Streep, Robert DeNiro, un jovencísimo Leonardo diCaprio…
Después, el marasmo: las pelis que le llegaron buscaban con frecuencia que repitiera, ya en clave casi de caricatura, su personaje balbuciente de Annie Hall, y, a falta de otra cosa, Diane las hizo, además de otros muchos films que, ciertamente, no la merecían, aunque sin duda todos ellos fueron mejores gracias a su presencia.
En cuanto a los 3 directores que han sido decisivos en su obra, parece evidente que fueron Woody Allen, y no por su relación sentimental, sino porque la dirigió en siete films y le proporcionó algunos de sus mejores papeles, significativamente el de Annie Hall; Francis Ford Coppola, porque con su personaje de novia (después esposa) de Michael Corleone, hizo ver al espectador que aquella actriz tan divertida de las pelis de Allen era también una mujer capaz de otros registros más serios. Y Warren Beatty porque, aunque solo la dirigió en un film, el mentado Reds (Rojos), es evidente que le permitió interpretar un personaje muy distinto a los que estaba acostumbrada a hacer, aquí una mujer enamorada de un hombre de izquierdas que le seguirá, casi literalmente, hasta el fin del mundo…
Ilustración: Diane Keaton y Woody Allen en Annie Hall, probablemente el papel más significativo en la carrera de la actriz angelina.