Enrique Colmena
Cuando el 9 de noviembre de 1989 caía el Muro de Berlín, caía también el metafórico Telón de Acero, que durante decenios dio materia a los escritores del género de espías para crear toda una novelística “ad hoc”. Desde el intelectual Graham Greene al “connaiseur” John LeCarré, pasando por los más convencionales Frederic Forsyth o Larry Collins, entre otros, construyeron un complejo “corpus” literario que hizo de la Guerra Fría y de la lucha secreta de las agencias de inteligencia su campo de batalla. Lógicamente el cine bebió sin recato de un venero tan generoso, y filmes como “El espía que surgió del frío”, “El factor humano” o series televisivas como “El espía perfecto” o “Calderero, sastre, soldado, espía”, conformaron un valioso subgénero dentro de la intriga o thriller, con personalidad propia.
Pero cuando cayó el Muro, y con él la estrategia de la disuasión nuclear “et alii”, parecía que el cine de espías llegaba a su fin. Pero la historia no ha terminado, contradiciendo la majadería de Francis Fukuyama, y donde ya no hay Guerra Fría ni gélidos soviets que combatir (aunque está por ver si no se abre un nuevo frente en la blanca Rusia con los nuevos zares republicanos, llámense Putin o su muñeco ventrílocuo Medvedev…) han aparecido nuevos frentes. El más caliente, desde el punto de vista de los servicios de inteligencia, es el situado en Oriente Próximo (Medio Oriente le dicen los norteamericanos, por cuestiones de lejanía geográfica); desde antes incluso de la catástrofe del 11 de Septiembre, aquella zona del globo era la más complicada desde el punto de la gestión de la seguridad internacional; por supuesto, la cosa viene de antiguo, y no es éste el lugar ni el momento de hablar de las causas del conflicto árabe-israelí, que es el nudo gordiano de toda esta historia, con sus correspondientes aliados, por la parte árabe todos los países de su etnia y/o religión (ya sabemos que los iraníes no son árabes, pero sí musulmanes, y de los más acérrimos…), por la parte judía, prácticamente el bloque occidental al completo, con Estados Unidos y el Reino Unido a la cabeza.
Las dos guerras del Golfo, las dos “intifadas”, la constitución de la Autoridad Nacional Palestina como germen de un futuro y aún nonato Estado Palestino, personajes del calibre histórico de Yaser Arafat o Yitzhak Rabin, además de los negros sucesos que han jalonado todo este problema, desde los atentados ya conocidos por sus acrónimos (11-S, en Estados Unidos, 11-M, en España, 7-J, en el Reino Unido), o todavía por bautizar (el recentísimo ataque múltiple en Bombay), suponen una base inestimable para que los escritores, y por consiguiente (como diría Felipe González…) los guionistas y directores de cine, puedan lucirse. Temas hay, como demuestra la reciente “Red de mentiras”, de Ridley Scott, aunque no se puede decir que sea una gran película, como tampoco lo era “Syriana”, de Stephen Gaghan, que también se ambientaba en los sinuosos vericuetos del espionaje en Oriente Próximo. Lo que hace falta es ponerse manos a la obra, y escribir novelas y rodar películas. Las interioridades de la guerra secreta sin cuartel que se libra entre la CIA, el MI6 y el Mossad, entre otros servicios de inteligencia de élite, y las organizaciones terroristas fundamentalistas, encabezadas por Al Qaeda, es un caudaloso venero que, a buen seguro, habrá de dar en los próximos años frutos muy apetitosos. Es cuestión de tiempo: la capacidad creativa del ser humano excede incluso su capacidad para el mal, siendo ésta tan desmesurada…