Enrique Colmena

Permitirás, amigo lector extramuros de Sevilla (vale decir del resto de Andalucía, España, Europa, el mundo: Internet tiene esas cosas, ya no hay fronteras para la comunicación), que hoy dedique este artículo a un tema sevillano al ciento por ciento, aunque su interés cinéfilo trascienda ese ámbito geográfico, en razón de la excelencia con la que se está desarrollando.

Vayamos por partes: hoy queremos hablar de La Cinemateca de Sevilla, actualmente sita en el hispalense Instituto Martínez Montañés, si bien anteriormente tuvo otras sedes. Hagamos algo de historia: hacia 1991 nace con el nombre de Cinemateca de UGT, en la sede de este sindicato, una institución que busca dar un cine diferente al que se podía ver en las salas comerciales sevillanas. Durante casi veinte años, de la mano de su gestor, fautor y alma mater, Manuel Gómez Román-Bella, fue un foco cultural de primer orden, con notabilísimos ciclos y una ingente cantidad de películas (en torno a 5.000 durante esas casi dos décadas). Lamentablemente, el sindicato, allá por 2010-2011, decide la liquidación de la institución cinéfila y la salida de Manolo Gómez, en un oscuro episodio sobre el que no voy a entrar, pero sobre el que la organización sindical debería dar alguna vez una explicación plausible, aunque me temo que antes criarán pelo las ranas…

Manolo Gómez ya tenía, antes de su feraz paso por la Cinemateca de UGT, una notable hoja de servicios al cinéfilo sevillano: cabe recordar que durante varios años, de 1981 a 1984, fue el programador, junto a mi amigo Antonio Luis Gelo, del cine San Vicente (hoy un bloque de apartamentos: el ladrillo se comió la cultura), período en el que se pudo ver en él lo mejor del cine en versión original que se distribuía en España.

Tras su dilatado paso por la Cinemateca de UGT, y su abrupta salida de esa institución, Manolo crea La Cinemateca, a secas, primero en una fugaz sede, la del club Antares, allá en los primeros meses de 2011 (tiene guasa, por no decir otra cosa, que fuera el exquisito club privado de la élite empresarial sevillana el que diera cobijo a este nuevo ente, tras la expulsión de Manolo de la institución sindical), y poco después en su actual sede, en el Instituto Martínez Montañés, en la calle Fernández de Ribera, en el muy sevillano barrio de Nervión.

Desde entonces La Cinemateca viene desarrollando una programación que no cabe definir más que como modélica: se alterna cine de todo tipo, con un eclecticismo encomiable, siendo la única premisa la de la calidad o, en su caso, el interés social, político, cultural, antropológico o incluso arqueológico. Por centrarnos en este curso que está terminando (porque, como todo centro educativo, sus actividades cara al público cesan durante julio y agosto), podemos confirmar el extraordinario tesoro al que los cinéfilos sevillanos han podido asistir, si así era su voluntad.

La cantidad de películas proyectadas durante los meses de octubre de 2012 a este junio de 2013 en el que se escribe este artículo y, sobre todo, su calidad, es tal, que tendremos que ser necesariamente selectivos y en ocasiones telegráficos, para evitar que este artículo rivalice (en longitud, que no en otra cosa) con El Quijote.

Uno de los esfuerzos más interesantes del curso ha sido el ciclo Pier Paolo Pasolini. Integral, porque en efecto se ha exhibido todo el material cinematográfico dirigido por el gran cineasta, filósofo y poeta italiano, desde su iniciática Accatone hasta su obra póstuma, Salo o los 120 días de Sodoma, pasando por sus filmes más conocidos, como Mamma Roma, Teorema, El Evangelio según San Mateo o la Trilogía del Sexo, pero también rarezas incluidas en filmes colectivos, como el episodio La Ricotta, e incluso material adicional, obviamente ajeno, sobre su alevosa muerte en la playa de Ostia. Cabe recordar que allá por 1976, pocos meses después del asesinato de Pasolini, el también sevillano Cineclub Vida, bajo la férula entonces del jesuita José Ramón Díaz Sande, dedicó un amplísimo y estupendo ciclo sobre su filmografía, pero el de La Cinemateca de este año ha sido incluso superior en títulos y material complementario.

Se han podido ver también clásicos norteamericanos, como Tarántula y El increíble hombre menguante, ambos de Jack Arnold, el perfecto artesano que sin quererlo se convirtió en autor, o Desayuno con diamantes, del gran Blake Edwards, la película emblemática de Audrey Hepburn, o clásicos españoles, como Morena Clara (la versión de 1936 de Florián Rey) y La Torre de los Siete Jorobados, una de las admirables rarezas de Edgar Neville.

Filmes de autores indiscutibles han pasado durante este curso por La Cinemateca: Rossellini (Stromboli, Europa 51, Te querré siempre, entre otras), Kluge (Trabajo ocasional de una esclava, Los artistas bajo la carpa del circo: perplejos, El gran lío…), Bergman (la monumental El séptimo sello), Mackendrick (El hombre del traje blanco, El quinteto de la muerte), Resnais (Hiroshima mon amour y algunos de sus cortos más celebrados, como Noche y niebla y Guernica), Bresson (Un condenado a muerte se ha escapado, Pickpocket), Renoir (Boudou salvado de las aguas), Wenders (su iniciática y magistral El amigo americano), Buñuel (Las Hurdes, Diario de una camarera); pero también de enfant terribles o francotiradores, como Patrice Chéreau, Nagisa Oshima, Chris Marker, Olivier Assayas, Benoït Jacquot, Bigas Luna.

También ha habido lugar para ciclos específicos muy especializados, como el dedicado al flamenco, que ha incluido desde filmes de trayectoria comercial, como el reciente Flamenco, flamenco, de Carlos Saura, hasta proyectos más minoritarios como Polígono Sur. El arte de las Tres Mil, de Dominique Abel. Otro de los ciclos más interesantes ha sido el dedicado a la animación, con filmes de gente de primera línea en esta materia, como Raoul Servais o René Laloux.

El cine de estreno también ha sido una opción, con la única premisa de ser interesante, por supuesto, y de no poder llegar a las salas comerciales por la perversidad de las actuales fórmulas de distribución, que impiden que acceda a las pantallas españolas cualquier filme que no sea norteamericano o español, o bien sea un estrepitoso éxito en sus mercados naturales europeos (y hablamos sólo de Francia, Alemania, Italia y Reino Unido). Entre esas películas de estreno cabría resaltar 13 m2, de Barthelemy Grossman, o 35 Rhums, de Claire Denis.

Seguro que se me quedan en el tintero (vale, en el disco duro) varias propuestas interesantísimas de las que ha presentado la Cinemateca de Sevilla durante este curso, pero perdonarán a la memoria, esa traidora.

En cualquier caso, lo que sí creo que queda claro es que La Cinemateca, en su actual sede en el Instituto Martínez Montañés, está realizando una labor absolutamente encomiable, una labor impagable que mantiene una llama de cinefilia en Sevilla al margen del cine comercial, generalmente tan pedestre, tan rutinario, tan predecible. Allí en el barrio de Nervión sabe el cinéfilo que tiene un manantial de buen cine permanente, sin dar pábulo a etiquetas sino sólo a esa rara ave que es el talento.

Ojalá que La Cinemateca pueda seguir manteniendo este nivel de excelencia, este altísimo statu quo, esta extraordinaria oferta cinematográfica. Perderla sería una tragedia cinéfila. En estos tiempos azarosos quizá se pueda prescindir de lujos, pero la cultura, en contra de lo que algunos piensan, no sólo no es un lujo sino que es como el pan, un artículo imprescindible. Y es que sin ella aún estaríamos cazando mamuts…

Pie de foto: Una impactante imagen de Salo o los 120 días de Sodoma, la última película dirigida por Pier Paolo Pasolini, que se ha podido ver en La Cinemateca dentro del exhaustivo ciclo dedicado al cineasta boloñés.