Enrique Colmena
La aparición de una ya algo ajada (aunque de indudable atractivo maduro) Debra Winger en “La boda de Rachel” nos devuelve a la pantalla a una actriz que durante cierta época pareció que se iba a comer Hollywood, hasta que, como era de prever, fue la Meca del Cine la que se la comió a ella.
La chica Winger, de etnia judía, nació en Ohio en 1955, y hacia la mitad de los años setenta comenzó una titubeante carrera como actriz que se abrió, lo que son las cosas, con un “soft-core”, un blandiporno (no hay que escandalizarse: el propio Sylvster Stallone hizo en sus primeros años un “hard-core”, un porno duro), para después interpretar algunos papeles secundarios en series televisivas. Su primera oportunidad seria la tuvo en “Urban Cowboy”, que interpretó a las órdenes de James Bridges al comienzo de los años ochenta, y que debía ser el lanzamiento de John Travolta como estrella de cine dramático, tras los estrepitosos éxitos de “Fiebre del sábado noche” y “Grease”; pero el filme fue un fracaso sin paliativos, recaudando menos de la mitad de lo que costó. Menos mal que un par de años más tarde tuvo un éxito comercial indudable, “Oficial y caballero”, aunque su interés artístico era bastante más limitado. Sin embargo, ahí empezó la leyenda negra de Winger, motejada pronto como actriz de difícil carácter con tormentosos rodajes.
No obstante, su mejor momento estaba por llegar: al año siguiente, en 1983, Debra interpreta su filme más conocido, “La fuerza del cariño”, de James L. Brooks, que consiguió varios Oscars, aunque el tiempo ha sido inclemente con este melodrama claramente superado por el tiempo.
Poco después rueda con Robert Redford y Daryl Hannah “Peligrosamente juntos”, pero la rubia longilínea le roba el protagonismo, y las duras críticas de Winger sobre el director, el endeble Ivan Reitman, no ayudan precisamente a redimirla de su leyenda de actriz difícil.
A las órdenes de Bob Rafelson (en su esperado regreso a la dirección tras su admirada “El cartero siempre llama dos veces”) interpreta “El caso de la viuda negra”, un filme “noir” que no consigue impactar en el público: su estrella empieza ya a declinar. Tampoco Costa Gavras, en su aventura americana, logra enderezar la carrera de Winger en “El sendero de la traición”, de tema vidrioso, nada menos que la delación del delincuente (para la ocasión un racista obsesionado con masacrar negros) por parte de su amada.
A principios de los años noventa filma en el Sahara “El cielo protector”, la versión que del clásico moderno de Paul Bowles realizaría Bernardo Bertolucci, empeño que tampoco le devolvería el favor del público ni siquiera de la crítica.
Tras varios títulos olvidables, en 1993 rueda la que se puede considerar su última gran película, “Tierras de penumbra”, sobre la vida del escritor C.S. Lewis y su relacion con la escritora Joy Gresham, con la que casó y de la que enviudó pocos años después. Este intenso drama dirigido por Richard Attenborough puede considerarse el canto del cisne (al menos por ahora) en cuanto a buen cine que nos ha deparado la actriz de Ohio.
A partir de ahí, mediados de los años noventa, se abre un paréntesis en la carrera de Debra, dedicada entonces a criar a su segundo hijo. A partir de comienzos del nuevo siglo y milenio vuelve a interpretar, pero sus trabajos se pierden en productos manifiestamente prescindibles. No es hasta el año en el que escribimos estas líneas, 2008, cuando vuelva a la primera línea de la actualidad con un papel (secundario, eso sí) en “La boda de Rachel”, donde compone el peculiar rol de la madre de la chica casadera (y de su puñetera hermana, es cierto, una tirando a insportable Anne Hathaway). Presta entonces su rostro ya algo estragado por el tiempo, con arrugas y patas de gallo, como cualquier hijo de vecino cincuentón, a un personaje que, siendo un tanto de “atrezzo”, tiene su importancia en la trama del nuevo filme de Jonathan Demme, sobre todo en la intensa escena en la que madre e hija se echan en cara, abruptamente, los respectivos agravios que las reconcomen.
Así que esta actriz de trato complicado, especialista en poner de chupa de dómine a los directores pencos que la han dirigido, en convertir los rodajes en un infierno y en ser pura antipropaganda para algunas de las películas en las que ha intervenido, estuvo un tiempo perdida y ahora ha sido hallada, a la manera bíblica, aunque no ciertamente en el templo. Mujeres como ella, iconoclastas, rebeldes, que dicen lo que piensan y no piensan lo que dicen, son raras y suelen hacer sufrir a los que les toca soportarlas como compañeras. También es cierto que traen un soplo de aire fresco en el habitualmente viciado ambiente jolivudense, tan dado al halago fácil y al edulcoramiento colindante con el coma diabético. Pero también es verdad que ser real, auténtica, como lo es miss Winger, obliga a un peaje durísimo de ostracismo y olvido al que no todo el mundo está dispuesto.
Bienvenida, pues, esta madura, a su manera espléndida Debra, al mundo de los vivos. No sé si su peculiar idiosincrasia no hará que, no tardando mucho, esté otra vez perdida en su laberinto...