En una reunión del Comité Central del Partido Comunista de España, el secretario general, Fernando Garrido (sosias de Santiago Carrillo, quien por aquel entonces ostentaba ese cargo en la España de la Transición), aparece muerto de una puñalada tras un apagón eléctrico. El Partido decide encargar la investigación al famoso detective excomunista y exagente de la CIA Pepe Carvalho, quien llega desde Barcelona para hacerse cargo del caso. Pero otras instancias también están muy interesadas, por muy diferentes motivos, en conocer quién es el asesino, desde el Ministerio del Interior de la UCD, repleto de policías franquistas que se han reciclado mal que bien en Fuerzas de Seguridad del Estado, hasta las inteligencias yanqui y soviética. Carvalho habrá de sortearlos a todos, no sin sufrir vejaciones y torturas, aparte de alguna que otra emboscada sexual.
La adaptación al cine de la novela de Manuel Vázquez Montalbán Asesinato en el Comité Central se puede considerar como uno de los errores tácticos de Vicente Aranda, pues ni el tema ni su desarrollo tenían mucho que ver con los intereses del cineasta de Barcelona. Es, por supuesto, un nuevo caso de Pepe Carvalho, que habrá de resolver el escabroso homicidio de un "alter ego" de Carrillo. Entrarán en juego entonces distintos ambientes, tales como las altas esferas policiales, los políticos de la UCD, partido que todavía gobernaba renqueantemente España, los servicios secretos de la CIA y el KGB, y los propios dirigentes del PCE.
Pero Aranda no estaba demasiado interesado en este tema, que le llegó de rebote y se puede considerar un trabajo alimenticio. Como confirmación de ello, temas básicos en su cine como el sexo y la crueldad reducen su cuota de aparición en el filme hasta niveles muy inferiores al resto de la producción del cineasta.
Asesinato en el Comité Central es una ácida visión de la España del 82, un país donde todavía las ideologías de todo tipo tenían algo que decir; Aranda las pone en solfa, a todas, pero carga las tintas, por supuesto, en aquellas que recurren a la violencia para conseguir sus fines: la extrema derecha, la Central de Inteligencia Americana y los círculos más conservadores de la Policía no salen bien parados. Tampoco la titubeante Unión de Centro Democrático, aunque entonces ya era casi un espectro cuyo final se adivinaba como próximo. Contra todos ellos va esta denuncia irónica de la crueldad como arma política, a la postre lo único que realmente interesó a Aranda del filme. Ni siquiera el PCE se libró de los sarcasmos arandianos, que se cachondeó a placer, desde sus posiciones de ácrata irredento, de la ortodoxia y el dogmatismo de un partido por lo demás imprescindible para comprender la historia reciente de España, pero inmerso ya en una crisis que habría de desembocar, algunos años después, en su metamorfosis en una coalición de mayor espectro, Izquierda Unida.
Patxi Andión resultó un Carvalho aceptable; aunque Vázquez Montalbán no tuvo suerte con los actores que interpretaron a su carismático detective (Carlos Ballesteros, Eusebio Poncela, Juanjo Puigcorbé), lo cierto es que quizá el que más se pudo aproximar al ideal del investigador privado, exagente de la CIA y exmiembro del PCE (curiosa paradoja…) fue el cantante (y por aquel entonces también actor) vasco, aunque nacido accidentalmente en Madrid: ya se sabe que los vascos nacen donde les da la gana… Del resto del reparto, además de la ya entonces habitual Victoria Abril, que se convertiría durante años en la actriz fetiche de Aranda, citaremos a varios actores ya maduros, como José Vivó, Conrado San Martín y Héctor Alterio, que confirieron al film la solidez de sus siempre impecables trabajos. En el aspecto formal Aranda contó con la participación de José Luis Alcaine y Juan Amorós en la excelente fotografía de la película.
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