Cabalga con el diablo

El éxito de Tigre y Dragón, con Oscar incluido, ha posibilitado el estreno en todo el mundo de esta Cabalga con el diablo, dirigida el año anterior en Estados Unidos por Ang Lee, que tuvo una más bien escasa repercusión en el mercado yanqui. Esta (por tanto no tan nueva) muestra del cine del taiwanés, vuelve a traernos una de las características más personales de este autor, su eclecticismo, pasando del melodrama victoriano al filme de kárate, del existencialismo americano al western en esta rara película, ambientada en la Guerra de Secesión Americana, pero en un paisaje, Missouri, poco hollado por este género hogaño poco frecuentado.

Además, Lee no se centra en la guerra "formal" entre los ejércitos yanqui y confederado, sino en la contienda casi de guerrillas que en aquel Estado tuvo lugar entre soldados no regulares que se combatían con saña, vecinos contra vecinos: los peores enemigos posibles, como bien sabemos. Western de ojos rasgados no por sus personajes, lógicamente, sino por la mirada de su director chino, lo es también porque, entre sus protagonistas, hay algunos que mantienen una visión extraña, incluso extranjera, sobre este conflicto en el que se vieron inmersos de lleno: el personaje de Tobey Maguire, alemán de nacimiento, abocado a tomar partido en su nuevo país; el del negro, que lucha contra los abolicionistas (junto a los que teóricamente debería estar) por mera amistad hacia quien lo liberó.

Filme irregular, con hermosas escenas (la carta interceptada de la madre a sus hijos, leída por un emotivo Maguire al resto de guerrilleros, embelesados imaginando ser sus destinatarios) pero también notables caídas de ritmo y de interés, Cabalga con el diablo confirma no obstante la capacidad de Lee para el intimismo y para las escenas de acción, cuyo maridaje constituyó quizá la clave del éxito de su Tigre y Dragón; pero también anuncia que este director tiene sus puntos flacos y, lejos de ser un Midas, "pincha" como cualquier hijo de vecino: reconfortan sus errores, como éste, que confirma su humanidad y sus debilidades; además, da gusto fallar tan bellamente...