Hay títulos míticos de la historia del cine sobre los que los cinéfilos estiman una herejía cualquier tipo de manipulación. Ocurrió cuando los inventores del sistema del ahora ya olvidado invento de la cromatización de películas anunciaron que querían dar color a Casablanca, y también sucedió cuando las cinematografías norteamericana y española se decidieron a rodar conjuntamente esta Caboblanco, que no es sino una nueva versión encubierta del legendario clásico rodado por Michael Curtiz con Humphrey Bogart e Ingrid Bergman. El director de esta herejía fue J. Lee Thompson, un competente profesional británico, afincado durante muchos años en Estados Unidos, y especialista en películas de aventuras, con algunos títulos de interés como Taras Bulba o Los cañones de Navarone. Caboblanco cuenta la historia de un homicida refugiado en un pueblecito de la costa peruana, al que llegará también un antiguo nazi buscando esconderse de sus posibles perseguidores.
El permanente recuerdo de Casablanca invalida aún más la floja línea argumental de la película, realizada con poca convicción por Thompson, un hombre que en los años setenta inició una decadencia de la que ya no se recuperó. Para terminar de arreglar el asunto, el actor encargado de emular más o menos crípticamente el personaje de Bogart resultó ser Charles Bronson, justamente considerado como uno de los actores más hieráticos del mundo, un auténtico rostro impenetrable que transmite menos emociones que un muñeco de cera. Afortunadamente, a su lado estaba una de las presencias femeninas más fascinantes de las últimas décadas, Dominique Sanda, de la que hace tanto tiempo que no tenemos noticias.
Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra política de cookies, pinche el enlace para mayor información.