La cinematografía argentina es de las mejores del nuevo continente y de la que más nos suelen llegar sus producciones, aunque sea como en este caso con un poco de retraso. Esta cuenta un encuentro inesperado y entrañable entre dos personas muy diferentes en edad y en cultura, así como un relato de amistad y de iniciación espiritual.
Sebastián lleva una vida anodina, vive con su novia, ella trabaja y él lo hace con un viejo coche bien conservado que heredó de su padre, que es contratado para hacer viajes. Un día recoge a Jalil, un anciano musulmán enfermo, algo cascarrabias, con gran sentido religioso, al que suele llevar al hospital, que le pide hacer un viaje de 3000 kilómetros hasta La Paz, en Bolivia, para ver a su hermano, con el que va a hacer una peregrinación a La Meca. Se resiste en un principio, pero al quedarse sin trabajo su chica, acepta la oferta para ganar algo de dinero ante el suculento ofrecimiento.
El argumento de esta ópera prima de Francisco Varone, autor también del guion, lo constituye esta road movie que emprenden ambos, en la que se cuentan las peripecias que les suceden por el camino de diferente matiz. Las relaciones de estos dos hombres al inicio son un poco tirantes, tratándose con recelo, en las que Jalil impone como cliente algunas condiciones y Sebastián tiene que aceptarlas como asalariado suyo, ya que le promete pagarle cada nueva modificación que surge, como hacer una parada en una comunidad musulmana y algunas más durante el viaje.
Son dos caracteres muy diferentes, Sebastián es joven y egoísta, mientras que Jalil es viejo y sabio, al que a veces le cuenta un cuento del que saca sus enseñanzas siendo para él como un camino de iniciación, como el adolescente que se convierte en adulto, del que aprende, como dice el anciano, "cuándo cortar la cuerda".
Con el paso del tiempo y los kilómetros las relaciones se hacen cada vez más íntimas y amistosas, a pesar de que fueran tirantes de entrada, mientras se suceden situaciones cómicas y otras dramáticas con naturalidad y sencillez, a través de las cuales se van comprendiendo mucho mejor ambos, limando sus caracteres, a pesar de la diferencia de edad y de salud que hay entre ellos, para los que también cuentan las creencias religiosas, que se respetan escrupulosamente. Sebastián no será el mismo al final del viaje.
Uno de los pilares de este film es la absoluta confianza en los dos actores protagonistas, un versátil Rodrigo de la Serna y un veterano Ernesto Suárez, versado en los escenarios, que sin embargo a sus 72 años hace su debut en el cine; ambos están muy bien en sus cometidos, muy humanos, entre los que se establece una buena química y sobre los que descansa todo el peso de esta historia de redención.
En cuanto a la dirección, hay que destacar la habilidad y la sensibilidad para hacer que la narración se desarrolle con fluidez, lo que supone un doble logro en esta cinta de su debut, en el guion y en la austera puesta en escena.
Ernesto Suárez fue premiado en el Festival de Mar del Plata y la película ganó el premio Bronze Alexander en el Festival de Tesalónica.
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