Pelicula:

Kogonada es el pseudónimo (inspirado en el difunto Kôgo Noda, guionista habitual de Yasujirô Ozu) que utiliza un artista de origen surcoreano, afincado desde su juventud en Estados Unidos, que se desempeña en varias actividades artísticas, entre ellas montajes audiovisuales que, como homenaje o tributo, realiza a grandes del cine como el citado Ozu (quizá su referente principal), Kubrick, Bresson o Schrader, entre otros. Este artista ecléctico que ciertamente tiene una peculiar visión cinematográfica ha debutado directamente en la realización de largometrajes con esta Columbus que es una obra curiosa, quizá inevitablemente irregular y, desde luego, evidentemente referencial.

Columbus es una pequeña ciudad del estado de Indiana, de poco más de cuarenta mil habitantes, pero con un importante legado de arquitectura modernista, de la mano del arquitecto Eero Sarinen y la familia mecenas Miller, que a partir de mediados del siglo XX conformaron un pequeño polo de arquitectura vanguardista que se mantiene como una joya de prestigio internacional. Así, desde la llamada Casa Miller hasta la Biblioteca Pública (antes Iglesia de los Primeros Cristianos), pasando por el banco local, entre otros, constituyen edificios singulares que dotan a la ciudad de una bien merecida fama. En ese contexto, un hombre, traductor de profesión, es llamado desde su natal Corea del Sur para asistir a su padre, un renombrado arquitecto con el que no tiene buena relación, cuando éste enferma gravemente. Paralelamente, una joven con una madre problemática, interesada en la arquitectura y en la figura del genio moribundo, conoce al hijo renuente. Entre ambos se inicia una relación entre la amistad, el amor platónico y el cariño paternofilial.

Pudiera parecer, al menos en los primeros minutos, que el encuadre es el mensaje de esta curiosa Columbus: Kogonada se revela enseguida como un obseso del encuadre: cada plano que nos regala parece enteramente un cuadro: perfecta la armonía de lo retratado, el exquisito ángulo elegido, la equilibrada composición interna. Cuando ya nos temíamos que estaríamos ante una obra bella y vacía, paulatinamente nos vamos dando cuenta de que hay una historia, doliente y callada, que contar; o por mejor decir, al menos dos historias dolientes y calladas. La principal, la de la chica con capacidad intelectual para poder cursar la carrera de arquitectura, que le apasiona, y hacerse un nombre en esa disciplina hermosa y compleja, pero que se ha resignado a sobrevivir en la ciudad de provincias donde nació y quizá morirá, con el único consuelo de admirar hasta el éxtasis las maravillas arquitectónicas de su pueblo, con tal de no abandonar a una madre con graves problemas de relaciones sentimentales, finalmente adicta al pastilleo, siempre en precaria recuperación. La secundaria, la del hombre de mediana edad, el traductor que mantiene una no-relación con su padre, el moribundo, al que recusa por su permanente falta de atención, el genio en su torre de marfil sin tiempo para una cosa tan prosaica como la prole. Ese hombre renuente ante su padre tendrá que entender que, a pesar de los pesares, el afecto no tiene que corresponderse necesariamente con el roce, ni siquiera con el cariño mostrado o demostrado. Este hombre a caballo entre dos mundos, el más tradicional de su Corea del Sur, y el materialista, con frecuencia tan delirante, de la América profunda, tendrá que ser el Quijote de ojos rasgados que consiga deshacer el bucle melancólico de la adolescente que podría ser Le Corbusier, pero que se niega a abandonar lo que más ama.

Película pequeña, plásticamente bellísima, con un ritmo ciertamente algo moroso que puede jugar en su contra, sin embargo el conjunto gusta, agrada, recuerda, sin plagiarlo, el cine de otros directores: hablar de Woody Allen (el Woody dramático, no el cómico) no sería exagerado, un Woody en el que sus personajes se debaten en dilemas morales, existenciales, tal vez sentimentales. Columbus resulta ser, entonces, un pequeño descubrimiento, de avasalladora belleza formal, pero que no se queda solo en la cáscara de un envoltorio evanescente, sino que cautiva moderada, cálidamente en sus historias de seres a la deriva que no saben que lo son.

De esta forma, Kogonada nos ofrece una brillante tarjeta de presentación. Llama la atención que, siendo su primera película en términos de pura ortodoxia cinematográfica (los homenajes citados a grandes del cine no se pueden considerar films stricto sensu), el cineasta surcoreano haya hecho una obra tan madura, tan hermosa, en la que fondo y forma casan con una rara perfección.

Buen trabajo del protagonista, John Cho, popular por su papel de señor Sulu en la saga de Star Trek (etapa siglo XXI, para entendernos); pero la que está espléndida es la jovencísima Haley Lu Richardson, un pequeño prodigio de sensibilidad con una gran economía de recursos gestuales, una actriz que está llamada, si no se tuerce, a ser una grande en el futuro.


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99'

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Columbus - by , Dec 26, 2017
3 / 5 stars
El encuadre (no) es el mensaje