Con frecuencia los tópicos no son sino la sublimación de una realidad. Ello ocurre aquí con el proverbio "nunca segundas partes fueron buenas", pues si bien “Creepshow” (1982) tenía cierto interés, esta nueva vuelta de tuerca baja apreciablemente sobre el atractivo de su original. Se trataba de aprovechar el buen rendimiento que la primera parte había dado en taquilla, y a ello se aplicaron tanto Stephen King, aportando tres historias no recogidas en sus volúmenes antológicos de cuentos, como el director George A. Romero, que se limita a escribir los guiones, dejando la realización para Michael Gornick, director de fotografía en la primera parte.
El primero de los “sketches” trata de una venganza india, perpetrada por un ídolo de madera que cobra vida. En él King, su guionista, Romero, y su director, Gornick, realizan una especie de canto filoindio sobre las virtudes de un pueblo milenario, y cómo aquéllos que se apartan de su senda son ajusticiados por métodos peculiares. La visión que se da de los tenderos es bastante mejor, me temo, que la que tiene la media de los yanquis (y del resto del mundo, creo), dos viejecitos encantadores que fían a sus clientes hasta límites tal vez incluso desmesurados. Claro que se llaman Spruce, curiosamente el apellido de soltera de Tabitha, la mujer de King, y lógicamente, son el colmo de la bondad personificada. Nada relevante en el episodio, a no ser la peculiar venganza tomada por el ídolo de madera sobre el gamberro y criminal Sam, al que le corta su preciosa cabellera, de la que tan orgulloso estaba, preanunciando él mismo su fin cuando le pregunta a su futura víctima, la mujer de Spruce, si ha visto “Sansón y Dalila”.
El segundo episodio es seguramente el peor y el más banal, la trágica aventura vivida por dos parejas de chicos, a los que una especie de mancha de aceite acosa y va matando poco a poco. Sin ningún tipo de justificación, ni siquiera la manida excusa ecologista, esta mancha es una asesina sobre la que no sabemos nada, ni por qué mata, ni cuáles son sus razones, ni cómo cobró vida. En cuanto a los chicos, se distingue entre el pasota y el más centrado, aunque en general parece que a un King ya cuarentón no le gustan los chicos que "se lo quieren hacer" con chicas en excursiones campestres, y los castiga por ello, de forma no demasiado lejana a como lo hacen las películas de las series “Viernes 13” y “Pesadilla en Elm Street”, en las que ya se sabe que chico/a que se dedique a hacer manitas o algo más terminará como un pinchito moruno, como mínimo. Además, las escenas en las que la repugnante mancha atrapa a los chicos es realmente de una escasísima solvencia técnica, mal rodadas y peor montadas.
El tercer episodio tiene algunos elementos de interés, aunque no sea para tirar cohetes. La protagonista es una mujer rica, apareciendo pintada con notas negativas: arrogante, pagada de sí misma y... adúltera. Para ocultar esta infidelidad pone su coche a gran velocidad, y ahí viene su perdición, al atropellar (y no atender) a un autoestopista. Variante del muerto que persigue a su asesino (que ya aparecía en la primitiva “Creepshow”), éste tiene como novedad el hecho de que el fiambre, antes de terminar con su verdugo (y entonces víctima) es literalmente machacado, baleado, arrojado del coche y otras cuantas barbaridades más, a pesar de lo cual, con tesón digno de mejor causa, sigue tras su verdugo/víctima, hasta llegar a ser un vengador/pulpa. Previsible en todo momento, al menos no resulta ofensivo para la inteligencia del espectador, como ocurre con el segundo episodio. La protagonista, Lois Chiles, tuvo su momento de gloria al ser chica Bond, pero de eso ha pasado mucho tiempo y aquí se limita a sobrellevar como puede un papel no precisamente lucido.
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