Cuando éramos soldados

En noviembre de 1965 se libró en Vietnam la primera gran batalla entre el ejército popular de aquel país y las tropas estadounidenses, una carnicería con miles de víctimas que, finalmente, se saldó con un triunfo norteamericano gracias al heroico comportamiento de una división al mando del coronel Moore. Pero era el aviso, la señal de los sufrimientos que esperaban a ambos pueblos, y el comienzo de la derrota americana en la década siguiente.

Randall Wallace, guionista de Braveheart y director de El hombre de la máscara de hierro, ha montado con su amigo Mel Gibson otra película de guerra, un género revitalizado desde que a finales de los noventa Steven Spielberg triunfara entre el público y la crítica con su espléndida Salvar al soldado Ryan.

Llena de tópicos y posicionamientos conservadores, con mucho latiguillo patriótico y religiosidad superficial, padrenuestros y familias numerosas, Cuando éramos soldados sí evita, sin embargo, el desprecio al enemigo (los tópicos “charlies” de tantos films), tratándolo con respeto y comprensión en un guión del propio Wallace que se alarga demasiado y que no aporta ninguna novedad en un género que se está saturando de títulos en estos últimos años.

A reseñar algunas buenas secuencias, como el reparto de telegramas entre las viudas de las víctimas en los escenarios de la retaguardia, y sobre todo las numerosas escenas bélicas que en su mayoría tienen garra y realismo, en un difícil equilibrio entre mostrar el testimonio cruel de la guerra y soslayar el ensañamiento en el que han caído algunas películas bélicas recientes.