¿Cuánto me amas?

El cine del absurdo tiene ilustres antecedentes, desde el cuasi prehistórico Antonin Artaud y su La coquille et le clergyman hasta nuestro Buñuel, pasando por la faceta cómica de un Groucho Marx o de los Monty Python, entre otras muchas muestras. Pero no vale todo en el absurdo (por muy absurdo que suene...), como demuestra la enésima tomadura de pelo de Bertrand Blier, este cineasta francés que en los años setenta despertó algún interés con filmes como Los rompepelotas o ¿Quiere ser el amante de mi mujer? (prefiero el título francés, algo así como Prepara tus clínex...), para seguir después, siempre en la onda de las relaciones hombre-mujer, pero permanentemente también en situaciones disparatadas y trufadas de un sentido del humor (por decir algo...) ciertamente dudoso.

Filmes como Traje de etiqueta o Demasiado bella para ti nos confirmaron que Blier está obsesionado con las relaciones amorosas, pero también que no está precisamente dotado (con perdón, dado el tema...) para contar historias sobre ese vidrioso asunto. Tampoco esta ¿Cuánto me amas? es precisamente un prodigio: ya el guión es marciano, con un supuesto nuevo rico, vía gordo de la lotería, que emplea (por utilizar un término aséptico) a una pelandusca de tronío para que le acompañe hasta que se le acabe la pasta: primero le entrarán taquicardias (no es de extrañar, a la vista de las curvas rotundas de Monica Bellucci...), y después se las tendrá que ver, más o menos, con el chulo de la puta (un Gerard Depardieu que no sabe muy bien de qué va su papel, pero el hombre le echa afición...).

Blier realizando tampoco es Orson Welles, y perdón por la forma de señalar, así que la hora y media que dura la película se hace interminable, entre diálogos plagados de sandeces, situaciones que incurren de lleno en la mamarrachada y personajes a cual más chirriante. Pero lo peor no es eso: lo peor es la sensación de que Blier cree estar haciendo una obra de arte, un filme "de qualité", por decirlo con esa expresión afortunada que designa el mal cine francés que se cree grande. Pues, hijo mío, te ha salido una bosta de vaca...