Hay películas que resultan curiosas en principio por su peculiar producción; véase este caso, un film de nacionalidad sueca, danesa, francesa, marroquí y alemana, rodada en cuanto a exteriores en el país alauita, que hace las veces del Egipto que aquí se retrata, y en cuanto a interiores en Berlín. Pero es que además el director y guionista, Tarik Saleh, es un sueco (nació en Estocolmo en 1972), aunque de obvios ancestros árabes, en concreto egipcios. Saleh es lo que podríamos llamar un artista renacentista: además de guionista y director de cine, lo es de televisión, y también productor, periodista, editor de revistas, artista grafitero (de los buenos, de los que embellecen las calles, no las afean) y hasta presentador televisivo. Para terminar de rizar el rizo, el protagonista absoluto, Fares Fares (sí, curioso nombre y apellido, no se quebraron la cabeza los padres...) es un libanés, emigrado con su familia a Suecia en 1987, huyendo de la guerra civil en su país de origen; en su nueva patria viene desarrollando una muy interesante labor como actor, habiendo dado el salto incluso al cine de Hollywood.
Pues esta película fundamentalmente europea (con la participación marroquí a efectos de localizaciones y figuración) pero de temática profundamente egipcia es, sin embargo, un notable thriller que juega admirablemente con las claves del cine negro, en este caso teñidas de la cultura árabe, pero también de la corrupción lacerante de un país que, si hay que creer lo que se cuenta en el film, está minado hasta los tuétanos, y en todos sus estratos, por la podredumbre de la extorsión, el chantaje, el soborno o, como dicen en Hispanoamérica, la coima.
El Cairo, Enero de 2011, en los días previos al derrocamiento de Hosni Mubarak de la presidencia vitalicia del país. En una habitación de un lujoso hotel cairota (el Nile Hilton del título original) se produce el asesinato de una mujer, una cantante de cierta popularidad; una mucama sudanesa del hotel, de nombre Salwa, ve al asesino salir de la habitación. El comandante de Policía Noredin es encargado del caso; este agente acepta e incluso exige sobornos de los pequeños delincuentes para hacer la vista gorda con ellos, pero las circunstancias de este asesinato, y su implicación personal con la amiga de la muerta harán que se replantee su actuación...
Con largos travelines (cómo detesto esta horrible españolización de la Real Academia del bellísimo término inglés “travelling”) en coche por las calles de una apócrifa El Cairo (en realidad la marroquí Casablanca), con una intrincada historia que no deja títere con cabeza en cuanto a la honestidad de la alta sociedad egipcia (gobernantes, diputados, empresarios, militares, juristas, policías), El Cairo confidencial se muestra como un más que interesante thriller de denuncia, el de un sistema podrido que, lo ha dicho el propio director y guionista, Tarik Saleh, no ha mejorado, ni mucho menos, ni con el precario gobierno de los Hermanos Musulmanes (poco más de un año) y no digamos nada con el golpista gobierno-dictadura del general Al Sisi.
Con una atmósfera lóbrega, donde cada paso que da el protagonista se verá pespunteado por la acción de formas oscuras, turbias, sórdidas, que le amenazan en sus investigaciones pero también ponen en peligro las vidas de los otros inocentes involuntariamente involucrados, el film consigue hacer llegar al espectador prístinamente la sensación de miedo soterrado de un régimen viciado de origen, donde cada agente de la ley hace su guerra por su cuenta, con el objetivo de medrar, de obtener dinero espuriamente; todo menos defender al ciudadano y a la ley, que se supone era su obligación.
Dura y pesimista, con buen ritmo y momentos para el sosiego y la reflexión, en los que juegan un papel preponderante los gestos callados de un Fares Fares excelente, que traza con delicada mano la evolución de su personaje desde el policía corrupto ajeno a cualquier cosa que no fuera su propio enriquecimiento, hasta el hombre desolado que habrá de hacer lo correcto, la película confirma la capacidad de Saleh para narrar temas intrigantes, inquietantes, y la sensación de que sobre sociedades poco conocidas en Occidente, como es el caso de la egipcia, hay mucha tela que cortar en cine. Que haya sido producida por, entre otras, unas cinematografías teóricamente tan lejanas como las escandinavas y la alemana, no deja de ser curioso, aunque es obvio que en la producción han influido poderosísimamente las figuras tanto de Saleh como de Fares, que actúa como productor ejecutivo, lo que confirma su total implicación en este estimulante film.
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