La figura de Edgar Allan Poe es, sin duda, una de las más fascinantes de la literatura norteamericana: de vida atribulada, alcohólico, prematuramente viudo, su obra convulsionó con sus temáticas extrañas, a menudo terroríficas, la biempensante sociedad USA del segundo cuarto de siglo del XIX. Poeta, crítico, feraz autor de cuentos, ensayista, novelista (aunque fuera de una única obra), tiene un lugar de honor en la literatura universal. Títulos como La verdad sobre el caso del Doctor Valdemar, La caída de la Casa Usher, El corazón delator, Ligeia, El pozo y el péndulo… son algunos de sus mejores relatos, plenos de un miedo atávico, plasmados en atmósferas de sobrecogedor terror.
En poesía su mayor éxito lo constituyó el poema El cuervo (iniciado con el bellísimo, intrigante verso Once upon a midnight dreary, while I pondered, weak and weary...), sobre un amante que ha perdido a su amada y al que visita el ave del título, un ser malévolo que contesta a todas sus preguntas con un ominoso Nevermore, Nunca Más… Jugando con el poema, pero también con las extrañas circunstancias de la muerte del poeta, en 1849, encontrado moribundo en un parque de Baltimore, Lewis McTeigue ha puesto en escena esta (digámoslo ya) olvidable versión sobre la forma en la que Poe murió. Por supuesto, está claro que ni el director ni sus guionistas (de famosos apellidos, nada menos que Shakespeare y Livingston…) tienen intención de ser rigurosos en cuanto a lo que pudo haber ocurrido en esos últimos días del poeta, sino más bien enhebrar una historia de misterio, intriga, suspense y terror, en la que un vesánico psycho-killer da en ejecutar sucesivos asesinatos a la manera descrita por Edgar Allan, lo que facilita el trabajo en común con un policía, el detective Fields; cuando la amada de Poe sea secuestrada por el felón, la colaboración del escritor será ya una cuestión puramente personal.
Pero la historia, que tiene algunos puntos de interés, pronto desvela que sus autores lo que pretenden es presentar una trama a lo Seven, con evidentes influencias de la saga de Saw, ambientada en los lóbregos paisajes góticos de una ciudad USA de mediados del siglo XIX. Entonces, cuando es patente que se trata mayormente de hacer un alarde de casquerías varias, de sadismos de lance, con un surtido muestrario de higadillos, el posible interés de esta biografía apócrifa de los últimos días poeanos pierde interés y se sitúa voluntariamente en el anaquel del cine de baja estofa.
No se logra en ningún momento (aunque lo intentan) ese escalofrío que recorre lo mejor de la obra de Edgar Allan, y la gran mayoría de las secuencias (cfr. la del teatro donde representan Macbeth, cuyas escenas en la tramoya dan vergüenza ajena por su pésima planificación) parecen hechas por un estulto estudiante de primer curso de dirección de la UCLA. Claro que Lewis McTeigue, el director, no va mucho más allá: su principal baza en tal faceta es V de Vendetta, y no puede decirse que ese crédito le dé mucho crédito, si me permiten el casi trabalenguas… El hecho de que se haya hecho una veintena de direcciones de segunda unidad no es tampoco una gran tarjeta de presentación: sirve para enjaretar escenas de acción con cierta solvencia, pero no para insuflar a un filme la prestancia, la unidad narrativa, la personalidad que debería tener. Seguramente no haya mayor pecado, desde un punto de vista artístico, que hacer que una película sobre Poe, uno de los grandes malditos de la literatura universal, resulte tan sosa, predecible e inane como ésta.
John Cusack procura en su composición acercarse a los retratos que se conservan de Edgar Allan Poe, si bien sus arrebatos de ira resultan con frecuencia impostados, sin convicción. Cusack es un actor fiable, pero aquí no resulta creíble. Entre los demás, me quedo con la sabiduría de uno de los grandes secundarios del cine británico (facción irlandesa), Brendan Gleeson, cuyas apariciones (y no sólo por lo orondo de su figura…) llenan, literalmente, la pantalla, comiéndose al resto del elenco.
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