Pelicula:

Esta película forma parte de la Sección Memoria Histórica del ATLÁNTIDA MALLORCA FILM FEST’2023. Disponible en Filmin por tiempo limitado.

Hay hechos históricos de relevancia internacional, mientras que otros se quedan más en el ámbito nacional. Uno de esos hechos que tuvo (y sigue teniendo…) una gran relevancia en un estado tan nuevo (pero tan viejo como pueblo) como Israel, fue la captura de Adolf Eichmann en Argentina y su transporte hasta Israel, donde fue juzgado, condenado y ejecutado por delitos de lesa humanidad. Eichmann fue el responsable directo (con independencia de que el culpable  principal fuera Adolf Hitler, por supuesto) de la política de confinamiento en campos de concentración y posterior exterminio de millones de judíos por el mero hecho de ser de esa etnia. Constituido el estado de Israel en 1948, parece claro que el nuevo país se marcó como una de sus prioridades políticas cazar a los abyectos responsables de haber masacrado a millones de personas de su raza; uno de los mayores logros de esa política sería la captura de Eichmann, que vivía en Argentina con el nombre de Ricardo Klement, apresado allí por el temible Mossad, el servicio de inteligencia judío, y trasladado clandestinamente hasta Israel.

Esta película se ambienta en el mes de junio de 1961, y se centra fundamentalmente en los días en los que Eichmann, ya condenado por el tribunal, espera la respuesta (que sería infructuosa) a su petición de clemencia ante el presidente de la república de Israel, mientras se establecen los preparativos para su ejecución y, sobre todo, para su posterior incineración y lanzamiento de las cenizas al mar. En ese contexto conoceremos a varios personajes en torno a esos hechos: a David, mozalbete judío de raza árabe, un crío con tendencia a la cleptomanía, contratado por Shlomi, dueño de una fábrica de hornos, al que el gobierno de Ben Gurion le encarga que prepare uno para la cremación de los restos de Eichmann; también conocemos al capitán Haim, judío de origen marroquí, al mando de la logística para que se pueda llevar a cabo la ejecución e incineración; y a Micha, antiguo confinado en un campo de concentración, que actúa como guardia en la seguridad de la celda del criminal nazi, y que, años atrás, fue víctima en un campo de concentración.

Evidentemente, lo que se pretende con este film es documentar, mediante la correspondiente ficción, aquellos días que ciertamente para el estado de Israel fueron muy importantes, los días en los que el principal responsable práctico del brutal genocidio que se practicó sistemáticamente desde finales de los años treinta y hasta la mitad de los cuarenta, Adolf Eichamnn, fue enjuiciado, hallado culpable y ejecutado, un momento histórico en el que ese era el único tema, el tema recurrente y monotemático en una sociedad, la judía, todavía traumatizada por el Holocausto que se perpetró contra ellos por el mero hecho de ser de una etnia determinada, de una raza concreta.

Jake Paltrow, el director, que es norteamericano (Los Ángeles, 1975) y hermano menor de la actriz Gwyneth Paltrow, es judío, y como tal se ha implicado a fondo en este retrato de una sociedad volcada en aquel comienzo de los años sesenta en una de esas historias que marcan a una sociedad, una noticia con la que el pueblo judío, y el estado judío, hicieron bueno el dicho bíblico del “ojo por ojo”, un hecho que los unió como país, con independencia de los reparos éticos que se le pudieran (y se le pueden, por supuesto) objetar. Paltrow no tiene un filmografía como para tirar cohetes: entre los audiovisuales que llevan su firma apenas se puede escoger la realización de algunos capítulos de series populares como Policías de Nueva York y la scorsesiana Boardwalk Empire; aquí se ve que ha echado el resto, porque el film, sin ser ninguna maravilla, sí resulta curioso, con sus protagonistas por relevos, con los que guionistas y director parecen poner el acento en que los que intervinieron de una manera u otra, directa o indirectamente en los preparativos de la ejecución y, sobre todo, incineración de Eichmann, eran judíos de la diáspora: el niño David, judío árabe; el capitán Haim, judío marroquí; Micha, judío polaco… El mensaje parece claro: la ejecución, el ojo por ojo con Eichmann, no fue una cosa solo del estado de Israel, sino de la comunidad judía mundial, de la comunidad hebraica o mosaica en su conjunto, una tarea universal en la que todos estuvieron y se sintieron implicados.

Paltrow resalta con frecuencia el hecho de que en Israel se viviera como un asunto nacional, con el proceso retransmitido permanentemente por radio, escuchado devotamente incluso en las escuelas, con una sociedad muy concienciada e ideologizada,  volcada constantemente sobre el mismo tema día tras día.

Hay también una cierta mirada costumbrista sobre la sociedad judía de la época, una especie de friso social de la gente corriente del país, de las clases medias y trabajadoras, gente humilde que, sin embargo, encontraron en el odio hacia el nazi responsable del Holocausto, una causa común que les unió (aún más…) como pueblo, como sociedad.

Quizá el mejor segmento sea el que nos presenta a Micha, el que fuera preso en un campo de concentración nazi, mientras da una charla a lo que parece un grupo de turistas en el gueto de Varsovia, una charla en la que cuenta su horrible experiencia personal cuando fue sentenciado a ser azotado por no destruir las biblias del gueto, como le habían encargado. Su discusión posterior con una agente de la Agencia Judía, sobre la pertinencia, o no, de contar su historia a las sucesivas tandas de turistas que estaban por venir, nos situará en uno de los temas clave del asunto: ¿debe contarse indefinidamente el criminal genocidio que padeció el pueblo judío, o, por el contrario, debe empezar a pasarse página porque hay que mirar al futuro y no se puede seguir con la vista atrás? Sobre ese vidrioso tema habrá un enfrentamiento, no acre pero sí duro, entre las dos posturas, la de la víctima que reclama su derecho a que el mundo sepa, ahora y siempre, lo que se hizo, y la de la activista política que aboga por ir dejando atrás ese tema y encarar el porvenir. Con momentos de genuina emoción, nos parece la secuencia más interesante.

El resto no carece de interés, con el pícaro mozalbete de tendencia cleptómanas que encontró su vocación en la preparación y logística de todo lo necesario para hornear, muy, muy hecho, a aquel gran cabrón que murió sin arrepentirse, o con el capitán judeo-marroquí que nunca entendió cómo, a su pregunta a Eichmann (en español, lengua en la que se entendían el nazi y el militar judío, que lo hablaban perfectamente) de cómo se sintió al escuchar la sentencia de muerte, éste le contestó que fue “como beber un vaso de agua fría”…

Pero lo cierto es que la realización es un tanto desaliñada: no se puede decir que el director sea precisamente un estilista… A ratos hay un cierto tono como de comedia negra, que parecería no debería convenir demasiado al tema tratado, pero no chirría…

Estamos entonces ante otra mirada, desde otro prisma, al Holocausto, la mirada de cómo una sociedad (por medios ilegales, dígase sin ambages) fue capaz de exorcizar en buena medida sus demonios cobrándose venganza sobre su (muerto Hitler) enemigo número 1. Un ejemplo más del cine y su infinita capacidad para contar historias de muy diversas maneras, desde distintas perspectivas, con personajes históricos como el propio Eichmann (por cierto que al actor que lo encarna en ningún momento le vemos la cara, en una decisión que estimamos acertada por parte del director), pero también con gente humilde, corriente, que pudieron poner su granito de arena en aquel hecho histórico que galvanizó a todo un pueblo.

Correcto trabajo de los (para nosotros) desconocidos intérpretes.


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105'

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El fin de Eichmann - by , Aug 22, 2023
2 / 5 stars
Como beber un vaso de agua fría