El gran Miércoles

En un pequeño pueblo de la costa oeste norteamericana, en 1962, un grupo de amigos, practicantes de surf, son llamados a filas en el ejército en plena Guerra de Vietnam, lo que romperá la unidad hasta entonces monolítica de estos jóvenes...

El gran Miércoles está estructurada a la manera de una historia que se va desarrollando de forma acompasada con las estaciones y los años. De esta manera, en el período que va desde 1962 hasta 1978 los tres protagonistas del film, Matt, Jack y Leroy, se volverán a encontrar en varias estaciones, siempre para practicar el surf, en lo que vendrá a constituirse casi en su filosofía de vida.

John Milius, avezado guionista y director del que recordamos con agrado su estupenda El viento y el león (1975), su anterior cinta como realizador, entendemos que aquí ha querido hacer un film que tuviera espectacularidad e intimismo a partes iguales, y el resultado ciertamente no es nada desdeñable. Alternando con regularidad las excelentes escenas marinas, donde los jóvenes protagonistas (o quizá sus dobles...) hacen una auténtica exhibición de su maestría sobre la tabla de surf, con las más reposadas de la vida en común, Milius ha conseguido un producto ciertamente un tanto irregular, pero que tiene suficientes cualidades para interesar al espectador.

El director filmó el mar de una manera extraordinaria, con una belleza surreal, deleitándose en la cámara lenta para poder disfrutar mejor de unas imágenes excepcionales, jugando con la luz, la audacia de los surfistas, el ralentí y una cámara dotada de gran movilidad, casi un practicante de surf más. Hay en el film una cierta mística del surfista, siempre a la espera de ese día simplemente perfecto (el gran Miércoles del título), en el que surfista y mar se fundirían armónicamente para realizar deslizamientos nunca antes ejecutados, nunca más posibles de ejecutar.

El resultado fue sugestivo y estimulante. Sin embargo, también es cierto que la cinta presenta intermitentes baches narrativos que lastran la historia, sobre todo porque la parte dramática entre secuencia y secuencia surfera es, en general, más bien endeble. Pero el film se recupera razonablemente cuando el relato, en su segunda mitad, vira hacia la nostalgia y el recuerdo de los años de juventud, conceptos que se van haciendo cada vez más densamente presentes en la cinta con el transcurrir del metraje.

Destacable la lujuriante fotografía del maestro Bruce Surtees, que estuvo a las órdenes de algunos de los grandes directores de la época (Siegel, Eastwood, Fosse, Fuller...) y aquí consigue uno de sus mejores trabajos. También hermosa y melancólica, como procedía, la música de Basil Poledouris. En el apartado interpretativo el peso recae mayormente en dos actores, Jan-Michael Vincent y William Katt, que en aquellos años gozaron de bastante popularidad, aunque con el tiempo se fueron diluyendo en productos ínfimos que, desde luego, no revalidaron su fama.

(18-06-2022)