Ciertamente la mayor virtud de esta El joven Karl Marx es su mera existencia; nos explicamos: la figura de Marx, el filósofo alemán que escribió, junto a Friedrich Engels, El Manifiesto Comunista (con su famosa frase inicial, “Un fantasma recorre Europa…”), y ya en solitario, El capital, es sin duda una de las figuras fundamentales del pensamiento europeo del siglo XIX, con una repercusión en su tiempo y, sobre todo, después de su tiempo, notabilísima, hasta el punto de inspirar la corriente política comunista que, a partir de la Revolución Bolchevique en 1917, ha tenido diversas expresiones de gobierno en todo el mundo (todas tirando a desastrosas, por ser benévolos... pero esa es otra historia, otra Historia).
Así que bienvenida esta biografía de los años mollares de Marx, de los años en los que se forjó su carácter y su filosofía, los años en los que conoció a Engels y, con él, dieron un vuelco a las balbucientes corrientes anticonservadoras de la época. Que un pensador como Marx apenas haya sido transitado por el cine (tampoco en los países en los que se implantaron sus teorías, no crean: al sátrapa de turno no debía hacerle gracia alguna que le hicieran sombra...) parece cuando menos extraño. Por eso debe darse un willkommen, un bienvenido, a este esforzado intento de presentarnos en pantalla a este hombre fundamental de la Edad Contemporánea.
La acción parte en Colonia, Alemania, en 1843, cuando Marx, un joven periodista de apenas 26 años, es perseguido por sus escritos publicados en un periódico local, aunque no está a gusto en ese medio, que reputa lleno de cantamañanas. A partir de ahí lo veremos en sus distintos destinos, siempre huyendo de las autoridades; conocerá a Friedich Engels, hijo de un poderoso empresario que se ha percatado de la ignominia del negocio familiar, y con el que formará un dúo de pensadores, y de amigos, que se mantendrá a lo largo de los años. También conocerá a otros famosos filósofos de la época, como el ruso Bakunin o el galo Proudhon; con este último sostendrá durante años una sorda pugna, en contra del misticismo abstracto del francés.
El problema de El joven Karl Marx quizá sea su atonía: la filosofía, incluso la filosofía llamémosle subversiva, para entendernos, es complicada de poner en pantalla sin resultar bostezante. Aquí no se ha sido particularmente afortunado, con un batiburrillo de escenas en las que Marx tritura a sus correligionarios que considera inútiles, otras en las que veremos las penurias económicas de su familia (formada por él, su esposa y dos niñas pequeñas), mayormente por la exagerada tendencia a la procrastinación del filósofo alemán, y sus encuentros intelectuales pero también de franca amistad y camaradería con Engels. Todo ello incluso con alguna escena de cama que resulta cuando menos llamativa en cuanto a su improcedencia en un producto como este. La pintura de Marx, quizá incluso involuntariamente, es antipática: creído, sobrado, enterado, arrogante, petulante, son algunos de los adjetivos que cuadrarían al filósofo según vemos en pantalla, y no parece que sea ese el sentido que han querido dar los autores, director y guionista, a su personaje.
El conjunto no es para tirar cohetes. El ritmo se hace pesado, esperando la nueva diatriba que Marx realice mayormente contra los suyos (hay un único, solitario enfrentamiento con un patrono, glup), el siguiente episodio de precariedad económica familiar, el siguiente movimiento entre ciudades europeas, siempre huyendo monótonamente de la persecución del “establishment”.
Raoul Peck es un director y guionista haitiano afincado en Francia, donde preside la prestigiosa Fémis. En su país fue ministro de Cultura en los años noventa. Su carrera cinematográfica no es especialmente conocida, aunque tiene algunos títulos de relieve, como Lumumba (2000), sobre el famoso héroe de la independencia congoleña, y, sobre todo, el documental I am not your negro (2016), que estuvo nominado al Oscar. Peck narra con parsimonia una historia a la que, evidentemente, le falta fuerza, vigor; se están contando los años cruciales de uno de los personajes que cambiaron radicalmente el mundo, y esa grandeza no se ve por parte alguna. Tampoco ayuda una planificación ramplona y la inclusión de prescindibles escenas como la de la persecución callejera, como si de una banal película de acción americana se tratara.
August Diehl, como Karl Marx, resulta escasito de carisma: hubiera hecho falta un actor con más talla que este alemán de oscura carrera que, ciertamente, no es Laurence Olivier (y perdón por la forma de señalar…). No hay vida tras su composición, es un mero estereotipo. Del resto me quedo con un Olivier Gourmet que compone un interesante, melifluo Proudhon, un hombre que tuvo también una importante influencia en el pensamiento de su época, en este caso desde la óptica anarquista.
Llama la atención que, ambientándose la historia en varias ciudades europeas (Colonia, París, Bruselas, Manchester, Londres, Ostende...), se hable alemán de forma abrumadora, sean los personajes alemanes, franceses, belgas, rusos o ingleses. Parece que utilizar el alemán como “lingua franca”, francamente (no me he podido resistir al juego de palabras...) parece exagerado y, desde luego, poco respetuoso con el espectador y con los hechos históricos que se narran.
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