Presentada en el Festival de Sundance y con un guión del debutante Albert Torres, Mark Pellington cambia de género con respecto a anteriores títulos como Arlington Road (1998) o Mothman, la última profecía (2001), filmando en este caso un drama más intimista y personal que tal vez es lo que más le apetecía hacer tras la reciente muerte de su esposa en 2004. Henry Poole padece una enfermedad terminal; los médicos le dan poco tiempo de vida y prefiere pasar sus últimos días en el pueblo donde nació y vivió su infancia. Compra una casa en cuyas paredes aparecen unas manchas que Esperanza, su vecina hispana, interpreta como el rostro de Cristo, empezando a correrse la voz por el entorno. Henry no quiere que su casa se convierta en un lugar de peregrinación, pero suceden cosas que no son corrientes y su escepticismo puede llegar a cambiar. El guión parece plantear el dilema de si los milagros existen y si se siguen produciendo hoy en día, a través de un texto dramático que mezcla un poco de amargura ante la muerte anunciada del protagonista, algo de esperanza, que encuentra en su relación con Dawn, su vecina, y un poco de fe, en el cambio que se produce en Lily, la hija de ésta. Se dice que la fe mueve montañas y tal vez también sea capaz de producir milagros. La idea es buena pero bastante previsible, a veces un tanto ácida, un poco sentimental, pero sin llegar a caer nunca en el sentimentalismo. Cine adulto que camina por senderos trillados de producciones anteriores, con esos vecinos que tratan de hacer la vida más llevadera a Henry, para terminar encontrando un hogar y un amor tras reconciliarse con la vida. Luke Wilson carga con el peso del film apoyado en Radha Mitchell y Adriana Barraza; actriz esta última fue nominada al Oscar por Babel. Película pequeña, sin pretensiones, con aspecto de producción independiente, hecha con poco presupuesto a la que tal vez falte un poco de fuerza y convicción en algunos momentos en su realización y, aunque el resultado no sea memorable, se deja ver. 96'