El río

CRITICALIA CLÁSICOS

Disponible en Filmin.
 
Lento y ceremonioso, idéntico y distinto, eterno e infinito, el río Ganges avanza por tierras milenarias del territorio hindú. Y en uno de esos concretos infinitos borgianos vive una familia británica en la India postcolonial de los años cincuenta. Un laborioso industrial y su familia conviven en tolerancia y respeto mutuo con los nativos. Los cobija una gran mansión, y entre todos ellos, están tres adolescentes que viven el despertar de la adultez y el cambio de un ciclo vital.

Estamos ante una muestra de cine horizontal, como el propio río, un devenir narrativo sin apenas altibajos, sin grandes climas dramáticos, sin picos de tensión. Estamos ante algo totalmente distinto al cine occidental, el que conocemos y amamos, ante algo que ignora el espectáculo para preferir la contemplación. Ni el dolor de la muerte del hermano pequeño, mordido por una serpiente, es capaz de alterar la sublime tiranía de ese río omnipresente: la vida sigue, día tras día.

Incluso se podría decir que la excepcionalidad de esta película afecta también a su autor, Jean Renoir, hijo del gran pintor impresionista, un director que rueda aquí algo muy diferente al Renoir realista de La golfa, o al pacifista de la sublime La gran ilusión, o al crítico social de La regla del juego, o al colorista autor de La carroza de oro, o la romántica Elena y los hombres. Nada en su obra tiende lazos de parentesco con este paréntesis contemplativo

Y así, sin ataduras, y tras su frustrante paso por Hollywood, rodó la historia de estas tres adolescentes enamoradas de un capitán mutilado de guerra, y nos dará el gran fresco de la mansión, con sus niños que juegan, el gran árbol del jardín, la llegada del correo, los chismorreos de la servidumbre, las confidencias del matrimonio, la sencillez de la rutina cotidiana... Todo ello rodado con una fotografía llena de cromatismo y con un colorido que nos lleva a esa herencia pictórica impresionista...

Eso sí, la cinta influyó decisivamente en la eclosión del cine indio en la década de los cincuenta, con Satyajit Ray como iniciador, y muy lejos de allí, en la tan diferente y cercana Europa, con la eclosión de los nuevos valores del cine francés, con Truffaut a la cabeza, que compaginaron su culto a Hitchcock, John Ford, Howard Hawks o Nicholas Ray, con su admiración incondicional de un Jean Renoir tan distinto, multiforme y original...