A veces el cine de terror da agradables sorpresas. He aquí una, donde menos se esperaba, en un producto con pinta, en principio, de comida basura para adolescentes, en línea con las sagas de Scream, Sé lo que hicisteis el último verano o Leyenda urbana. Sin embargo, este En la oscuridad se distingue desde el título original en inglés, el intrigante y ambivalente Darkness Falls, relativo al nombre del pueblo donde se suceden los hechos, pero significando también, literalmente, "la oscuridad cae", que es, exactamente, lo que sucede en este pequeño film, no sé si decir de serie B o Z (más bien esto último; con decir que la única estrella es Stan Winston, el mago de los efectos especiales...), una historia que tiene un comienzo prometedor, con la narración "en off", sobre viejas fotos viradas en sepia, de una tropelía de la antigüedad, cometida con una anciana que gustaba dar una moneda a los niños que perdían un diente; desfigurada por un espantoso incendio, fue linchada por el pueblo cuando desaparecieron dos pequeños.
Esa leyenda se mantiene durante decenios en Darkness Falls, y un niño siente en sus carnes la realidad de la misma: muere su madre a manos de algo que no es de este mundo, y el huérfano es ingresado en una institución del Estado. Ya de adulto tendrá que volver al pueblo para enfrentarse a la peor de sus pesadillas...
Lo interesante del filme, aparte de la inteligente utilización de uno de esos clásicos cuentos para asustar a los niños y que se coman la sopa, etcétera, es la puesta en escena, funcional pero ciertamente eficaz, primando los aspectos narrativos y de tensión emocional sobre otros seguramente más artísticos, pero que en este caso estaban fuera de lugar.
La ominosa presencia de la oscuridad en torno a nuestro héroe se va ganando poco a poco el estremecimiento del público; el terrorífico ser, a medio camino entre nuestro ratón Pérez y la bruja de Blair, sólo puede atacar a sus víctimas en la oscuridad, y la progresiva e inquietante pérdida del fluido eléctrico en la población hace que el peligro sea cada vez mayor.
Una media hora final de infarto, con elementos sencillos pero eficaces (el miedo a lo desconocido y, sobre todo, a la oscuridad, fuertemente anclado en nuestros pánicos infantiles), culmina una película que, sin ser una obra maestra, ni falta que le hace, se constituye en uno de los filmes más refrescantes en su género de los últimos tiempos. El director, el surafricano Jonathan Liebesman, es un perfecto desconocido: sólo había hecho antes un cortometraje, una adaptación de Roald Dahl; pero a la vista está que el hombre promete...
(13-05-2003)
86'