Enemigo a las puertas

Durante el otoño e invierno de 1942, cuando la Wehrmacht, el temible ejército nazi, avanzaba sin resistencia por toda Europa, se libró una de las batallas más duras de la Segunda Guerra Mundial, en Stalingrado, una ciudad cuya resistencia el entonces presidente ruso, Josef Stalin, tomó como cosa personal; claro que para ello, como siempre ocurre en todo conflicto bélico, usó y abusó de la soldadesca, que sirvió de carne de cañón. En ese marco dantesco un soldadito (casi de Pavía, aunque fuera de Siberia, o poco menos) de certera puntería se convertirá, sin pretenderlo, en una suerte de héroe para animar y motivar a las decaídas huestes del Ejército Rojo, cansadas y miedosas ante el perfectamente adiestrado ejército alemán.

Jean-Jacques Annaud, perito en megaproyectos europeos (recuérdense sus En busca del fuego, El nombre de la rosa, El oso, El amante o Siete años en el Tibet), era el cineasta ideal para montar este filme espectacular que se reputa la respuesta del Viejo Continente al demoledor Salvar al soldado Ryan. Y ciertamente no puede decirse que su envite haya sido fallido, si bien habrá que aclarar enseguida que, ni de lejos, llega a la altura del filme de Spielberg (si a éste le retiramos el último y penoso cuarto de hora).

Brilla la notable escenografía, con una ambientación realmente espléndida, que nos sumerge en el universo de pesadilla de una ciudad machacada por el ejército más poderoso del mundo, pero con frecuencia este gran decorado se "come" a los personajes, poco definidos y a veces confusos, como ese comisario político que interpreta Joseph Fiennes, que no termina de cuadrar en la historia, o incluso el propio protagonista, un héroe que no quiere serlo pero no se sabe muy bien por qué. Por encima de todos, aunque su papel tampoco sea la repera, está, como siempre, ese lujo llamado Ed Harris, uno de los actores de más carisma del cine actual, a la altura de un Connery o un Hanks, y poco más.

Queda un film bien rodado, sin faltas de ortografía y correctamente montado, un proyecto grandilocuente que, lástima, no llega a ser grandioso, pero que confirma que el cine europeo también puede dar gran espectáculo y competir dignamente en ese terreno con el cine USA.

(22-08-2004)