Definitivamente, los críticos maduritos (vamos, los que vimos El padrino en su estreno cinematográfico, para entendernos) tenemos que ir abriendo nuestras mentes a las nuevas formas de lenguaje que suponen las tecnologías digitales: no basta con alabar la calidad de los nuevos dibujos animados creados por Pixar/Disney y seguidos en su estela por otros estudios como DreamWorks, Universal o Fox, sino que hay que ir pensando que el lenguaje de los videojuegos, por ejemplo, ya está aquí, y su imbricación con el cinematográfico es una realidad; otra cosa es que esa mixtura esté funcionando ya a pleno rendimiento, como para que su utilización esté dando obras de enjundia. Pero todo será cuestión de esperar, de que los nuevos autores afinen sus armas y recursos, para que, supongo que más temprano que tarde, las nuevas formas de expresarse que aportan las novísimas tecnologías exploten en filmes de calidad y con vocación de convertirse, por qué no, en obras de culto e incluso en clásicos.
Adelanto que no es el caso de este Gamer, aunque ciertamente aquí ya se han dado pasos en el buen camino. Otra de las anteojeras que los críticos de alguna edad tenemos que quitarnos es la de que los directores procedentes del campo de la publicidad son, necesariamente, nefastos: pues no. De hecho, lo mejor que se ve hoy día en cualquier televisión, prácticamente sin excepción, son los anuncios: es imposible dar más en menos, hay un rigor conceptista digno del mismísimo Quevedo, en veinte segundos hay que presentar un mensaje que llame la atención dentro del marasmo propagandístico, y que incite a comprar determinado producto: demasié p'al body. Pues esos esforzados artistas, cuando pasan al cine, lo que es relativamente frecuente, suelen ser despachados por la clase crítica con un par de frases despectivas sobre el preciosismo fatuo de sus imágenes o su estética de videoclip, que también es un lugar común “ad hoc”.
Tampoco hay que irse al otro extremo, y pensar que por el mero hecho de ser un reputado realizador de “spots” televisivos eres un genio; hay de todo, como en botica. Los realizadores de esta Gamer, que, a la manera de Pili y Mili, firman como Neveldine y Taylor, proceden de ese campo publicitario y de videoclips (que no deja de ser también publicitario: venden una canción, o un cantante). Por ahora no son Dreyer, ni seguramente lo pretenden (ni sabrán quien es, claro), pero lo cierto es que su nueva película, tras la anterior, Crank: veneno en la sangre, demuestra que vienen con toda la intención de quemar la ciudad y a la ciudadanía con ella, y ya de paso espurrear algunos momentos más que curiosos en cuanto al lenguaje de videojuego y su aplicación al cine.
Aquí se plantea una sociedad futura, aunque se adivina que no demasiado lejana, donde se ha creado un videojuego de utilización televisiva, “Society”, en el cual los jugadores, mediante “pay per view” (vamos, como ahora para ver el Barça-Madrid...), pueden manejar, literalmente, a personas de carne y hueso, que se someten a ello mediante la recepción de un estipendio: no hay límites en esa manipulación, lo que da carta blanca a perversiones sin cuento. Un paso más allá está la utilización de esa misma técnica para el videojuego televisivo “Slayers”, en el que los personajes del juego, también manejados por adinerados, inescrupulosos jugadores, son presos del corredor de la muerte, quienes, de superar treinta jugadas sin ser matados, serán indultados; éste es un juego de acción, guerra y muerte, donde los personajes digitales que sólo existen en el soporte digital de la PlayStation son sustituidos por gente de carne y hueso. Todo ello con el lógico y recurrente “Amo del Mundo”, para la ocasión un magnate que recuerda levemente a Bill Gates (bueno, el de la película tiene menos cara de tonto, es verdad), que maneja los hilos de una sociedad alienada por una tele-realidad virtual que deja en pañales a los actuales programas/basura de ese jaez, léanse Gran Hermano y otras bizarras bazofias.
¿Dónde está, entonces, la aportación de Neveldine y Taylor, con este peculiar Gamer? Pues sobre todo en la hábil utilización que hace del lenguaje del videojuego aplicado al cine, con escenas tan llamativas como la manipulación que de la coprotagonista (en funciones de “actriz” de “Society”) hace el correspondiente gordo seboso, y la extraña sensación que irradia ese universo conceptualmente virtual, pero realmente real, si sirve la redundancia; también en la “performance” del videojuego “Slayers”, con sus personajes reales pintados sin embargo con aspecto de ser digitales, hay algo de perverso, de viciado, como si el ser humano no pudiera gozar si no es disfrutando con el dolor, con la muerte del prójimo.
Existencialmente nihilista (el “happy end” suena a falso que tira de espaldas), con una visión del mundo (tan cercano en el futuro que ya está aquí) que no es precisamente para tirar cohetes (mejor aún, para tirarlos, preferiblemente cargados con ojivas nucleares, y acabar de una puta vez), Gamer se antoja una película plenamente comercial pero con irisaciones cuasi filosóficas, aunque sea de filosofía parda, sobre el comportamiento del ser humano cuando tiene las manos absolutamente libres para hacer lo que le venga en gana con otros congéneres. La moraleja no deja de ser decepcionante. Estamos entonces ante una película que cumple adecuadamente su objetivo de llenar salas de jóvenes con acné sedientos de inyectar adrenalina en sus venas, pero también hay una reflexión, quizá en segundo plano, sobre lo jodidos que somos.
85'