Igaal Nidamm es un cineasta judío un tanto atípico: asentado durante su infancia, a finales de los años cuarenta, en el recién constituido Estado de Israel, cuando llegó a la edad adulta emigró a Suiza, donde se hizo profesional de la televisión autóctona, desarrollando desde entonces la mayor parte de su carrera en ese país y en ese medio audiovisual. Alternativamente ha rodado algunos largos para la pantalla grande, centrados en el problema judío/palestino. Con este Hermanos parece querer aportar su granito de arena al entendimiento entre las dos grandes corrientes que hoy día se disputan el poder en Israel, los laicos y los ortodoxos, en la figura de dos hermanos separados que se reencuentran, ya adultos, con posiciones ideológicas dispares.
Pero el problema de este filme es su elementalidad, su buenismo, su lectura superficial de una cuestión que, ciertamente, tiene muchos más matices. Además, como buen filme “de tesis”, parte de una premisa (hay que entenderse por el bien de Israel, cualquiera que sea nuestra postura ideológica o religiosa) que convierte en pie forzado toda la trama, que gira en torno a demostrar ese axioma que presenta el director. Aparte de ello, los palestinos, parte fundamental en la problemática del país, apenas aparecen, y si lo hacen es sólo como paisaje, sin incidencia real alguna en la trama ni en los postulados que se plantean.
Película acartonada, con una endeble interpretación, personajes de una sola pieza y cierto regusto por el sentimentalismo (que es el hermano bastardo de la emoción), no sólo no aporta ninguna idea razonable al conflicto intrajudío, sino que cinematográficamente es bastante deficiente. Queda la pintura de ese inframundo que es la comunidad ortodoxa judía, con sus tirabuzoncitos y su obsesión por la Torá, pero poco más. Con aportaciones como esta, desde luego, no llegará el fin del conflicto en Próximo Oriente…
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