Esta película es, sin duda, una de las que más interés ha suscitado del más reciente cine italiano, y se puede decir que Il divo no ha defraudado: está concebida como una especie de crónica de los últimos años en el poder de Giulio Andreotti, el que fuera siete veces primer ministro de Italia y casi treinta veces ministro, que dominó la política de la península itálica durante casi medio siglo, pero también su definitiva caída en desgracia a raíz de que se descubriera (aunque finalmente no pudo ser condenado por ello) vínculos con la Mafia, con el famoso encuentro entre el viejo zorro de la política italiana y el capo Totó Riina, en el que supuestamente los dos poderosos sellaron su relación delictiva con los dos besos en las mejillas típicos de Cosa Nostra.
Con un ritmo endiablado, el director, Paolo Sorrentino, no da respiro al espectador, y así conoceremos su último acceso a la presidencia del consejo de ministros y los tipos (por ser benévolos…) de los que se rodeó, una guardia pretoriana inescrupulosa que no tenía más norte que proteger sus propios intereses, que coincidían pasmosamente con los del longevo primer ministro.
Previamente habremos visto varios sucesos que conmovieron Italia, desde el asesinato del periodista Pecorelli, que indagaba sobre la corrupción en la Democracia Cristiana, hasta el supuesto suicidio de Licio Gelli, el jefe de la logia P2, de vínculos vidriosos con la Banca Ambrosiana, a su vez estrechamente relacionada con el Vaticano. Después asistiremos a las maniobras que el equipo de Andreotti realizó para elevar a su jefe a la más alta magistratura del país, la presidencia de la República, aunque finalmente fuera Oscar Luigi Scalfaro el nombrado para el cargo.
Sorrentino dibuja un Andreotti taimado, artero, astuto, un auténtico zorro, como le motejaban (entre otros muchos apodos no precisamente positivos) sus enemigos. Un Maquiavelo del siglo XX que se eternizó en el poder y que no tembló ante decisiones claramente delictivas, de cuyas consecuencias consiguió salir airoso gracias a sus poderosas influencias y su enorme capacidad para sortear cualquier obstáculo.
Es cierto que este filme, que ha sido un gran éxito en Italia, es imposible que funcione igual en su estreno en España: las claves de la política italiana de los últimos cincuenta años son imprescindibles para conectar bien con la historia, y esas claves sólo las tienen los italianos, por muy informado que esté el espectador español.
Con todo, presenta un cuadro demoledor del político itálico, pero no sólo de él: también de la clase política del país, que pasa por ser una de las más corruptas y desordenadas de Europa, antes, durante y después de Tangentopoli, como fue llamado aquel estado de corrupción generalizada que el tesón de jueces como Antonio di Pietro y otros magistrados de la operación Mani Pulite, o Manos Limpias, consiguió poner contra las cuerdas.
Claro que, después de Tangentopoli, ¿qué hay? La misma clase política, reciclada en dos polos opuestos, uno de centro derecha y otro de centro izquierda, pero con buena parte de los que sobrevivieron a la demoledora operación de la Justicia. Que, a pesar de su impresentable clase política, Italia siga siendo la séptima potencia económica del mundo, es para pensar que la proximidad del Vaticano algo tiene que ver en ello…
Un párrafo inevitable para el protagonista, un Toni Servillo que hace una creación extraordinaria de Giulio Andreotti: la caracterización ayuda, pero la forma de hablar, de moverse, ese rostro impenetrable que escondía tantos secretos… es todo un hallazgo. Y lo más gracioso del caso es que Servillo, al natural, no se parece absolutamente nada al viejo Giulio… Ay, actores, camaleones…
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