Tras la primera parte de este díptico, titulada simplemente It, en el que se ha convertido la nueva versión --ya hubo una en formato miniserie televisiva en los noventa, It (Eso) (1990)— de la mastodóntica novela de Stephen King del mismo título, nos llega esta prevista segunda entrega para cerrar la historia. O no, como diría el gallego: tras el tremendo éxito de taquilla de la primera parte (700 millones de dólares en todo el mundo, multiplicando por 20 su presupuesto), se está hablando de hacer un “Capítulo 3”, aunque ya tendría que ser sin la base argumental kingiana (o sí: todo es cuestión de ponerse de acuerdo con el novelista de Maine...).
Lo cierto es que el éxito de la primera parte ha propiciado varias cosas, entre ellas que haya actualmente todo un “boom” de adaptaciones de obras de Stephen King, en distintas fases, desde rodajes completados a pre-producción y post-producción y algunos solo anunciados; el número de proyectos es ciertamente apabullante: más de cuarenta novelas, relatos, cuentos... nacidos de la pluma, o del disco duro de King, están actualmente en proceso de ser llevadas al cine, la televisión o alguna de las tropecientas plataformas digitales hodiernas.
Derry (imaginaria población de Maine, donde King ha situado muchas de sus historias), en nuestros días. Tras un suceso en la feria del pueblo, uno de los dos componentes de una pareja gay es arrojado al río por un grupo de matones homófobos; cuando el novio intenta ayudarlo, se encontrará con que alguien, vestido de payaso, asesina a su amado. Cuando conoce la noticia, Mike, el único de los siete componentes del Club de los Perdedores que sigue viviendo en Derry, se comunica con los otros seis: les recuerda que, si Eso volvía, todos prometieron regresar a la ciudad para enfrentarlo de nuevo. Así, Beverly, Richie, Bill, Ben, Eddie y Stan son conminados a regresar. Casi todos, más o menos renuentes, lo harán, aunque alguno no podrá soportar tener que reeditar el terror que vivieron, siendo adolescentes, 27 años atrás...
Hablando del tema artístico, que es el que mayormente nos compete, podríamos decir que It. Capítulo 2 tiene muy similares características a las que ocurría con la primera parte, la llamada solo It (tramposamente, es cierto, hurtando al espectador el dato de que había programada una segunda mitad); en efecto, ambas partes tienen escenas brillantes pero también otras manifiestamente inferiores. En el caso de este segundo capítulo es muy buena, por ejemplo, la escena en el laberinto de cristales de la feria, con un payaso Pennywise golpeando brutalmente una y otra vez el vidrio que le separa del niño al que intenta salvar Bill; también nos ha gustado la forma en la que el director, Andy Muschietti, realiza las transiciones temporales entre los flashbacks de los hechos ocurridos en la época adolescente de los protagonistas y la ambientada en el tiempo actual, jugando inteligentemente con el mismo plano para ambos espacio-tiempo, recurso que, por supuesto, no es nuevo ni mucho menos, pero que no es frecuente ver en cine comercial al uso, como es este caso, conviniendo muy bien al tono, la intriga y la intensidad dramática y narrativa de la historia.
Pero otras escenas son muy tópicas, como la de la trastienda, rebotica o sótano (que no queda muy claro que es exactamente) de la farmacia, literalmente un asustaviejas que ciertamente no tiene la misma altura de las otras buenas ideas visuales; o la de la visita de Beverly a su antigua casa, cuyo desenlace se ve venir desde lejos, resuelto además de forma muy gandula, fiándolo todo en los chicos de los efectos digitales y con una llamativa holgazanería creativa.
Así que el conjunto es irregular, y desde luego demasiado largo: casi tres horas a las que se les podría haber rebanado treinta minutos sin que se notara gran cosa; antes al contrario, hubiera mejorado, porque sobre todo al principio le cuesta un mundo entrar en materia. Y lo curioso del caso es que, con tanto metraje, sin embargo no dan una información ni medianamente plausible de la génesis de Eso, perfectamente explicada en el libro e incluso (si la memoria no nos falla...) en la modesta miniserie televisiva de los noventa.
Se mantiene, afortunadamente, el “leit motiv” de la novela kingiana, que no es otro que hacer que sean los miedos, traumas, remordimientos y culpas, reales o ficticias, de cada uno de los personajes, los que tomen forma, cobren cuerpo en el malhadado payaso, una mezcla del clown Ronald McDonald de la famosa cadena de hamburguesas, y el payaso del anuncio de Micolor. Esos miedos, etcétera, harán que los personajes se tengan que enfrentar a aquello que los atormenta desde pequeños: el sentimiento de culpa por la muerte del hermano pequeño (Bill); la sumisión a un padre dominante y lascivo, después a un marido sádico y maltratador (Bev); la misofobia (miedo patológico a la suciedad), la nosofobia (ídem a caer enfermo) y la subordinación a una madre sobreprotectora (Eddie); la críptica homosexualidad nunca revelada (Richie); la creencia de ser responsable de la muerte de los padres (Mike); la humillación permanente hacia el adolescente obeso, ser la burla de todos (Ben): Pennywise utilizará esos miedos, esos traumas, esos secretos como munición para acorralarlos. Que sean las abyectas armas del “bullying”, paradójicamente, las que finalmente sirvan para afrontar al perverso payaso no deja de ser un hallazgo argumental que hay que adjudicar al guionista, Gary Darberman, porque en el texto original de King no estaba.
Buen reparto, ajustado a sus personajes. Muy bien, como siempre, Jessica Chastain, que tenemos escrito (y me parece que no estamos muy errados) que lleva camino de ser la nueva Meryl Streep: y es que lo hace todo bien, hasta el cine de terror; James McAvoy deja por ahora de ser el profesor Xavier de los X-Men y el majara bipolar (“multipolar”, mejor) de los últimos Shyamalan para ser el vulnerable pero a la vez fuerte Bill, al que el tartamudeo de su adolescencia le rebrota llegado de nuevo al horror que habita en las alcantarillas de Derry; aparte de ambos, que son las estrellas de la función, Bill Skarsgard sigue brillando como el payaso tras cuya contemplación ningún otro clown que veamos en nuestras vidas será igual. De los más jóvenes nos quedamos con Jaeden Martell (antes Lieberher, cuando aún mantenía el apellido del padre, al que se ve que no debe querer mucho...), llamado a ser uno de los grandes del cine de aquí en cinco o diez años, si no se malogra como otros genios infantiles como Haley Joel Osment. Hay varios cameos, desde el propio Stephen King, que hace un casposo tendero de segunda mano más que peculiar (con chiste privado sobre los escritores...) hasta el director y exquisito estudioso cinematográfico Peter Bogdanovich, pasando por el guionista, director y también actor canadiense Xavier Dolan, en un papel que parece escrito “ad hoc” para él, entre otras cosas porque en el libro de King no aparecía, y además el tono de la escena, desde luego, no hubiera sido posible hace 33 años, cuando se publicó la novela.
(18-09-2019)
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