Es de suponer que, alguna vez, alguien con poder de decisión dentro de la productora Columbia, leyó la novela de Louisa May Alcott Mujercitas, el clásico juvenil más edulcorado desde el invento de la sacarina, y pensó que allí había una película. Puso manos a la obra, le encargó al siempre eficiente Mervyn LeRoy la puesta en marcha de tal proyecto, y reunió a un equipo de jovencitas en edad de merecer con la que se pudieran identificar varios millones de adolescentes en todo el mundo con la edad del pavo.
De ahí a que este filme obtuviera un resonante éxito en todo el mundo sólo iba un paso. Lo cierto es que está bien hecha y pasa por ser una obra correcta y estimable. Sin embargo, su dulzura impostada empalaga hasta la saciedad, y su historia de caramelo derretido se ha quedado claramente “demodé”.
Lo mejor, el notable reparto, con algunas de las más interesantes actrices de la época, desde una entonces adolescente Elizabeth Taylor, en una de las etapas más brillantes de su después irregular carrera, hasta June Allyson, una mujer que supo evolucionar hacia papeles más dramáticos, pasando por otra estrella infantil del momento, Margaret O’Brien, cuya filmografía posterior fue derivando, poco a poco, hacia la televisión.
Entre los actores destaca Peter Lawford, más que por su calidad interpretativa, por haber ingresado en el clan Kennedy, al casar con una de las mujeres de la familia, y Rossano Brazzi, uno de los galanes italianos de moda de la época. Este clásico de Louisa May Alcott conoció un “remake” homónimo en los años noventa, dirigido por la australiana Gilliam Armstrong, con Winona Ryder como protagonista, que tampoco mejoró el original.
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